sábado, 30 de junio de 2018

Querido Diario, 30 de junio de 2018

Querido Diario:

Hoy me ha tocado hacer el relevo a los compañeros en las salas nuevas, las que te comenté el 26 de junio.

Pues estando en una de las salas, observé que allá a lo lejos estaban un abuelo con su nieta de unos diecisiete años mirando un cuadro cuando, de repente, la nieta alargó peligrosamente la mano señalando el cuadro, dejando el dedo a unos cinco centímetros del lienzo, más o menos. Mientras me acercaba lo más deprisa que podía, ella bajó la mano y en ese mismo momento su abuelo empezó a señalar el cuadro...

-Perdone, no puede pasar del límite.

... a la vez que le señala la cuerda de la catenaria.

-Abuelo, que te eches para atrás.

A lo que contesté...

-Y la nieta, que también ha acercado la mano.

Lo reconozco, no sé si es políticamente correcto en un vigilante, pero me salió del alma. En ese momento ella dio un paso hacia atrás...

-No, ustedes pueden estar junto a la cuerda, pero lo que no pueden es pasar la mano más allá del límite que marca la cuerda.

Es que siempre que digo que no acerquen la mano al cuadro, todos tiene la misma reacción... dar un paso atrás, pero siguen alargando el brazo, atravesando el límite, como no.

El dedo señalador me martiriza más que mil fotografías hechas a escondidas.

Pero, bueno, eso es lo único que pasó interesante que me pasó en este día. ¡¡¡No!!! Te he mentido, querido Diario, que se me olvidaba...

También estuvieron por las salas un grupo de filmación de una cadena de televisión que, la verdad, no sé muy bien qué están haciendo. Ya llevan varios días por las salas del Museo grabando, con autorización, claro.

Y ha sido muy gracioso porque han hecho varias tomas de las salas y por las salas, andando y grabando a la vez. Y eso parecía más bien una procesión... delante estaba el cámara con un estabilizador SteadyCam; detrás iba un señor que tenía pinta de ser el director que a la vez ayudaba al cámara para que no tropezara y se cayera; la tercera persona era un hombre que llevaba un especie de mesa de realización pequeñita donde se veía lo que grababa, aunque no estoy muy seguro si lo que veía era lo de la cámara o que ese aparato era una segunda cámara; detrás había una chica joven que llevaba un pie soporte que servía para colocar la cámara mientras no se grababa, pues debía pesar bastante. Y detrás de ellos... yo. Primero iba en la procesión para vigilarlos, para que no diesen ningún golpe a los cuadros, aunque ella me dijo que ya tenían estudiada la distancia. Pero mi trabajo es prevenir todo accidente y, la verdad, no me fiaba de ellos. Bueno, de ellos y de nadie.

Y el segundo motivo de estar detrás de ellos es para no salir en la grabación, aunque creo que me grabaron en un momento de "descuido" cuando filmaban en el Tesoro del Delfín.

Y hablando de procesiones, hoy he descubierto un cuadro nuevo del Museo. Bueno, no es nuevo porque se pintó en el año 1616 y procede de la Colección Real, pero el Museo no lo tenía expuesto últimamente. Pero, ahora, con la apertura de estas salas nuevas, lo han colocado en la sala 80.

Se titula Fiestas del Ommegang en Bruselas: procesión de Nuestra Señora de Sablón, y lo pintó el flamenco Denis van Alsloot, como te he acabo de decir, en el año 1616.

La historia empezó en 1348 cuando la Virgen María pidió en sueños a la joven Beatrice Soetkens, esposa de un trabajador de la industria textil, que debía recuperar una imagen de Onze-Lieve-Vrouw op t Stocksken, que en español sería Nuestra Señora de la Rama, que se encontraba en Amberes, a donde había sido trasladada tras ser robada, y llevarla de vuelta a Bruselas, para colocarla en la capilla del Sablón, como patrona del gremio de ballesteros que había construido esa capilla en su honor.

Beatrice y su esposo llevaron la imagen de la Virgen en barco, pero su esposo se cansó de remar y milagrosamente la embarcación flotó, sin viento, hasta Bruselas y apareció justamente en el lugar donde los ballesteros estaban practicando tiro. Este milagro hizo que los ballesteros prometieran a la Virgen hacer una procesión anual para celebrar la llegada a Bruselas de su patrona: el Ommegang.

La procesión del Ommegang se realizaba tradicionalmente el domingo anterior a Pentecostés y era a la vez religiosa y popular, ya que la ciudad había contribuido generosamente a los gastos de edificación de la iglesia.

La fiesta tuvo un gran apogeo en el siglo XVI, especialmente con ocasión de la visita de Carlos V y su hijo Felipe.

¿Pero, sabes, querido Diario? El 15 de mayo de 1615, la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, gobernadora de los Países Bajos españoles junto con su marido Alberto, participó en estos festejos, más concretamente en el campeonato anual de tiro del Grand Serment, y logró abatir el pájaro, que era un papagayo, que habían colocado sobre la aguja de la torre de Nuestra Señora de Sablón. Por eso fue proclamada como Reina de la Cofradía, y las fiestas continuaron durante varios días.

Y para dejar constancia de los sucedido se le encargó a Denis van Alsloot, que era uno de los  pintores de corte de los archiduques, la realización de ocho pinturas para recordar estas fiestas, seis de ellas dedicadas al Ommegang, una al tiro de la infanta al papagayo y otra a la fiesta de Nuestra Señora del Bosque.

Y de las ocho se conservan cinco:

  • La primera es El desfile de los gremios en la Gran Plaza, que también se conserva en el Museo del Prado.
  • La segunda es El desfile de los Serments.
  • La quinta es El triunfo de Isabel.
  • La sexta es La procesión de las órdenes religiosas y el clero, que actualmente tiene otro título y es de la que te estoy hablando... bueno, de la que te hablaré.
  • Y la octava es Fiesta de Nuestra Señora del Bosque.
La séptima es La infanta Isabel abatiendo el pájaro en el tiro del Grand Serment, y solamente la conocemos por dos copias atribuidas a Antoon Sallaert y a su taller.

Bien, vamos al tajo sobre la obra... como te dije, actualmente se titula Fiestas del Ommegang en Bruselas: procesión de Nuestra Señora de Sablón, y es muy curiosa, sobre todo por su tamaño. Mide 386 x 132 centímetros... casi cuatro metros de largo por casi un metro y medio de ancho.

Y representa a las diferentes órdenes religiosas y miembros de la Iglesia en procesión en la plaza del Sablón, donde cada uno de ellos ocupa una posición concreta.

Si te fijas bien, querido Diario, primero están los burgueses y la magistratura municipal, que se dirigen hacia una calle al fondo, a la derecha del cuadro. Y después están las órdenes religiosas. No lo tengo muy claro, pero creo reconocer que primero van los agustinos, que van vestidos completamente de negro; luego siguen los dominicos, con el hábito blanco y la capa con esclavina, es decir, con capucha, negras; después están los carmelitas, con el hábito marrón y la capa con esclavina blanca; y al final de las órdenes religiosas están los franciscanos, con el hábito marrón y el cordón blanco con los tres nudos característicos, que simbolizan sus tres votos: la pobreza, la obediencia y la castidad.

Y después van los diferentes miembros del clero de Santa Gúdula, los abades de Dileghem, Grimberghe y Ninove, clero de la Chapelle, de Santa Juliana de Nicomedes y clero de la Iglesia de los Juramentos.

Casi al final de la procesión va la imagen de la Virgen de Nuestras Señora de Sablón. Pero, si te fijas bien, querido Diario, delante de la Virgen hay otra imagen en andas. No es una imagen de la Virgen, sino un relicario, el de Santa Juliana de Nicomedes, cuyas reliquias reposaban en la iglesia del Grand Serment.

Este cuadro me ha hipnotizado, como otros muchos del Museo, lo reconozco. Pero esta vez me ha costado mucho el no pararme constantemente delante de la pintura, pues en el fondo estaba trabajando y mi misión no es "atontolinarme" delante de un cuadro. Pero es para quedarse así...

Si te fijas bien, tiene muchísimos detalles... primeramente, las casas adornadas con ramas de árboles, ya que la Virgen tiene por advocación Nuestra Señora de la Rama. Luego están los feligreses en las ventanas y balcones de las casas... curiosísimos todos.

Y las capas publiales de los sacerdotes, con sus bordados en oro. No se aprecia bien en la fotografía que te he puesto, pero en el cuadro se ven perfectamente los santos dibujados en las capas.

¡Ah! Una cosa curiosa... fíjate bien, querido Diario. Verás que el suelo por donde pasa la procesión está alfombrado con ramitas y hojas verdes. Pero hay "calvas", donde por lo menos dos mujeres están rellenando. ¿Que dónde están? Pues en la primera fila de la procesión, al fondo... primero están los burgueses y luego las órdenes religiosas. Pues entre la primera orden, que son los agustinos y la segunda, que son los dominicos, delante del tercer estandarte, está la primera mujer, vestida de azul con un gorro blanco. Y la segunda está en la curva de arriba, a la izquierda. Esta va vestida de rojo con el delantal blanco. El problemilla es que la tapa un poco el cuarto estandarte.

Pero lo que más me encanta son los monaguillos pequeños. Observa. Detrás de todas las órdenes religiosas va el clero de Santa Gúdula. Pues los primeros de todos son los monaguillos, que van vestidos con la sotana roja y el roquete blanco. Y si te fijas bien bien bien, los dos primeros de la fija de la izquierda son más pequeños... unos niños.

En fin, podía pasarme horas y horas sacando detalles de este cuadro. Pero no me quiero hipnotizar... aunque, sinceramente, lo consigue.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro Fiestas del Ommegang en Bruselas: procesión de Nuestra Señora de Sablón - 1616 -, de Denis van Alsloot, que se puede contemplar en la sala 80).

martes, 26 de junio de 2018

Querido Diario, 26 de junio de 2018

Querido Diario:

Ayer tuvimos otra vez "sarao" en el Museo. Como te conté el 8 de mayo, el día anterior habíamos presentado "en sociedad" el cuadro Josefa del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja, que pintó Federico de Madrazo y Kuntz entre los años 1852 y 1854, y que había donado al Museo del Prado la empresaria, coleccionista y miembro del Real Patronato del Museo Alicia Koplowitz.

Pero ayer fue un acto distinto... se inauguraron salas nuevas en el Museo, nueve para ser más exacto.

A este acto de inauguración vinieron los responsables de los tres órganos rectores del Museo, que son el Presidente del Museo Nacional del Prado, el Real Patronato y el Director del Museo.

¿Que quiénes son? Te cuento...

El Presidente del Museo es el Ministro de Cultura y Deporte, que es don José Guirao Cabrera.

También vino el Real Patronato. Bueno, no sé si vino el Patronato al completo, pues son cuarenta personas. Pero sí sé que vino en representación de él su Presidente, que es don José Pedro Pérez-Llorca.

Y, lógicamente, también estuvo el Director del Museo, que es don Miguel Falomir Faus.

Bueno, yo estaba vigilando una de las salas nuevas y por tanto no vi cómo fue exactamente el acto de inauguración y dónde. Pero te puedo contar, querido Diario, que luego hicieron la visita de rigor a las salas nuevas. Y es ahí donde les vi a los tres juntos.

¿Que qué salas son las nuevas? Pues, primeramente te tengo que decir que están situadas en la segunda planta, justamente encima de la entrada de Goya, en la parte Norte del Museo. Y están divididas en tres zonas.

Por un lado están las salas 76-79. Y por otro, las salas 80-83. Estas dos zonas están dedicadas a la Pintura Flamenca y Holandesa, ambas del siglo XVII.

Y en el centro entre esas salas, está la sala 79B, que es una galería circular... una rotonda.

Para ser más concretos, te diré, querido Diario, que en el primer grupo, la sala 76 está dedicada específicamente a la Pintura Holandesa. En ella está el único cuadro que tenemos de Rembrandt, Judit en el banquete de Holofernes (antes Artemisa), del que te hablé el 14 de marzo. Y junto a este cuadro hay otros de Salomon de Bray, Joachim Wtewael, Hendrick Jacobsz Dubbels, Matthias Stom, Philips Wouwerman, Jan Both, Leonaert Bramer, Gabriël Metsu, Pieter Steenwijck, Pieter Claesz y Willem Claesz Heda. Creo que no me he dejado ninguno, jejeje.

La sala 77 es monográfica, es decir, que solo está dedicada a un pintor, en este caso, al pintor flamenco David Teniers.

Las salas 78 y 79 también son monográficas, en este caso dedicadas al también pintor flamenco Pedro Pablo Rubens.

Y nos saltamos al segundo grupo de salas... la 80 está dedicada a Pintura Flamenca de paisajes, en los que está, si bien recuerdo, Peter Snayers, Pieter Brueghel, Sabastian Vrancx, Jan Brueghel el Viejo, Joost de Momper, Denis van Alsloot y Antoine Sallaert.

La sala 81 está dedicada a la Pintura Flamenca de escenas de animales, con cuadros de Jan Fyt, Christian Luycks, Frans Snyders y Paul de Vos.

Y la sala 82 sigue dedicada a la Pintura Flamenca pero en este caso de animales y naturalezas muertas. Los pintores de esta sala son Jan Brueghel el Viejo, Jan Brueghel el Joven, Giulio Cesare Procaccini, Hendrink van Balen, Peeter Boel, Clara Peeters, Adriaen van Utrecht y Daniel Segners.

Y la sala 83 también es monográfica, esta vez del pintor flamenco, cómo no, Jan Brueghel el Viejo.

Ya solo me falta hablarte de la sala 79B, que como te he dicho antes es una rotonda. Y en esta sala está el Tesoro del Delfín.

Y sobre este Tesoro del Delfín, cuando estaba en el sótano, en las salas 100-102, escuché preguntas curiosas. Un día, un joven preguntó a un compañero...

-¿Dónde está el Tesoro de los Delfines?

Y en otra ocasión, una joven directamente descartó el título de "Tesoro" y me preguntó...

-¿Dónde están las salas de los Delfines?

Uhm... sin comentarios. Cada vez que me acuerdo, me imagino un acuario subterráneo lleno de defines... en el Museo del Prado.

En fin, como te dije en su día, se le llamaba "Delfín" al heredero de la corona francesa. Y el Delfín que tenía este tesoro era Luis de Francia, el hijo mayor del rey Luis XIV y de la infanta española María Teresa de Austria. Pero murió joven, con veintiocho años, durante una epidemia de viruela, y no llegó a reinar. Por tanto ese conjunto de alhajas fue heredado por su hijo Felipe V, el primer rey Borbón español. Y de la Corona española ha pasado al Museo del Prado.

Esta colección está formada por un conjunto de los tradicionalmente llamados "vasos ricos",  de gran variedad de lugares de procedencia y de distintas épocas. Cuenta con piezas antiguas y medievales, aunque predominan las realizadas durante los siglos XVI y XVII.

De las ciento sesenta y nueve obras que tenía este Tesoro del Delfín, han llegado hasta nosotros ciento cuarenta y cuatro... ciento veinte que estaban ya expuestas en el Museo, diez piezas más que componían un juego de café de laca, que estaba en el Museo de América, y otras catorce que formaban parte del juego de utensilios para preparar piezas de caza que estaban depositadas en el Museo Arqueológico Nacional.

¿Que por qué faltan algunas piezas? Buena pregunta, querido Diario. En un principio el Tesoro del Delfín fue saqueado en 1813, durante la invasión napoleónica, y once se "extraviaron". Y años más tarde, en 1918, desaparecieron trece piezas en un robo. Por eso no está la colección original entera.

¿Sabes, querido Diario? El Museo no se ha guardado ninguna pieza y las ciento cuarenta y cuatro que se conservan, todas, están expuestas en esta sala... más de cuarenta metros de vitrina continua, más otras sueltas por dentro de la rotonda.

Y además, se exhibe una selección de los ciento veinticuatro estuches conservados, que están ricamente decorados.

No me gusta hablar sobre el precio de las obras de arte porque creo que no es lo más importante. Pero, como cosa curiosa, te puedo decir que estas obras eran muy apreciadas, a veces por encima de otras obras de arte como pinturas o esculturas, que actualmente están mucho mejor valoradas. Es más, en el inventario realizado tras el fallecimiento del rey Felipe II, algunos vasos de cristal de roca, semejantes a los que tenemos en el Tesoro del Delfín, se tasaron muy por encima de las pinturas de Tiziano, Sánchez Coello o el Bosco, por ejemplo.

Pero, bueno, ahora me gustaría hablarte de una pieza en particular que me hipnotiza... es la Copa con sirena de oro, de autor desconocido, anónimo, realizada entre los años 1550 y 1575.

Aunque es pequeña, ya que solo mide 17,4 x 12,5 centímetros, es impresionante.

Es un vaso, que podría ser un salero, y está compuesto por una escultura de oro esmaltado con rubíes y diamantes, y dos piezas de ágata. La figura es una sirena de doble cola, con el cuerpo de oro y la cola esmaltada de azul verdoso, rojo y verde de trasflor. ¿Que qué es el trasflor? Pues es una pintura que se aplica sobre oro, plata, estaño u otros metales.

Sigo... su cabeza se cubre con un penacho de plumas esmaltadas. Y los brazos, que están abiertos, sostienen en alto un platillo de ágata con una montura de hojas esmaltadas revestida de rubíes.

Y la base es otra pieza de ágata. Y si te fijas bien, querido Diario, soportan el vaso cuatro peces esmaltados, que podrían ser delfines, con dobles colas, barbas y dientes de aspecto fiero.

Desgraciadamente le falta el delfín que la sirena tenía entre las piernas. Según se describió en su día, allá por el año 1746, este delfín era de color aperlado en cabeza y cola.

Y como ya te he hablado del valor de estas obras, ahora vas a alucinar de verdad... en total, esta Copa con sirena de oro constaba de ciento ochenta y cuatro piedras, según el inventario de 1746... ciento setenta y nueve rubíes y cinco diamantes. Hoy "solo" le quedan ciento setenta y siete rubíes y dos diamantes.

¿Cómo te quedas? Yo, impresionado.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía de la pieza del Tesoro del Delfín Copa con sirena de oro - 1550-1575 -, de autor anónimo, que se puede contemplar en la sala 79B).

viernes, 22 de junio de 2018

Querido Diario, 22 de junio de 2018

Querido Diario:

¿Sabes? Los vigilantes de salas tenemos un "Decálogo de buenas prácticas en la atención y trato con el público". Es un listado de diez recomendaciones que, la verdad, algunas son fáciles de cumplir, como el de mantener una actitud positiva y cuidar la apariencia; o el de saludar y despedirse con un “Buenos días”, “Buenas tardes”, “Adiós” o “Muchas gracias”; o el de mostrar disponibilidad por atender y ayudar al visitante;...

Pero no todas son fáciles de realizar... hay dos de estas diez prácticas que a veces nos cuesta. Bueno, no sé si a mis compañeros les cuesta, pero a mí, muchas veces, sí, aunque intento cumplirlas. Una de estas dos recomendaciones "difíciles" es la quinta, que dice...

"Ser amable con todos y cada uno de los visitantes del Museo del Prado y en cualquier circunstancia, incluso cuando el visitante no lo sea".

Y la otra es la novena...

"Mantener la calma en situaciones difíciles, nunca discutir con el visitante, actuando con serenidad".

Cuesta cumplirlas. Es lógico que intentemos ser amables con todos los visitantes y que debemos mantener la calma y actuar con serenidad, pero muchas veces ellos mismos no lo ponen muy muy muy difícil.

Y muchas veces nos cuesta cumplir estas dos normas porque no siempre nos tratan con el respeto que nos merecemos. Un día unas mujeres de unos sesenta años, estando ellas sentadas en un banco de una de las salas, me llamaron a gritos...

-Eh, jefe...

¿Yo, jefe? ¿De quién? Pero, claro, hay que responder con una sonrisa de oreja a oreja... aunque cueste.

Y otra vez a mi compañero Álvaro, que para entenderlo hay que decir que tiene treinta años y mide 1,96 metros de altura... un tiparraco de hombre que nos mira desde su altiplano, allá por las alturas... pues una vez un señor le llamó, también a gritos...

-Ey, chico...

¿Cómo que "ey, chico"? ¿Qué te crees que soy: el chaval de los recados? Álvaro quiere pensar que se lo dijo porque se creyó que era más joven de lo que es... pero él mismo reconoce que aparenta su edad. Aun así, no creo que sea lógico que nos llamen jefe, chico, amigo, oye tú,...

Recuerdo que una vez, estando yo en la sala 16B, que es donde está el único cuadro de Rembrandt que tiene el Museo, que por cierto te hablé de él el 14 de marzo, se me acercó un matrimonio que tenían pinta de ser rusos, o por lo menos del Este de Europa, y vi que el hombre, que me sacaba dos cabezas de altura, tenía el móvil encendido en la opción de cámara enganchado en un palo selfie.

Ah, querido Diario. Te tengo que decir que los palos selfie están prohibidos en el Museo. Tienen que estar recogidos y guardados en el bolso, bolsa, bolsillo,... pero nunca llevarlos en la mano. Simplemente por seguridad, por si a alguien le da por clavarlo en un cuadro.

Pues, como te iba contando, se me acercó el hombre, que como te he dicho me sacaba dos cabezas, con cara de pocos amigos me preguntó...

-¿Rembrandt?

Yo, con la mejor de mis sonrisas, le dije...

-Primeramente, tiene que guardar el palo selfie. No están permitidos en el Museo, ni el palo selfie ni hacer fotografías.

Y él insistiendo...

-No. ¿Rembrandt?

Y yo, señalando la cámara enganchada en el palo...

-Creo que no me ha entendido. No están permitidos ni el palo selfie ni hacer fotografías. Tiene que guardar las dos cosas.

Y mientras yo le señalaba la cámara, él intentó darme un manotazo a mi mano. Menos mal que tuve reflejos y la aparté corriendo, que si no, me da... y entonces tendríamos un problema mayor...

Entonce él me gritó...

-¡¡¡NO!!! ¿¿¿REMBRANDT???

En ese momento usé, por primera vez y única, mi arma secreta... cogí el walkie, se lo enseñé y le dije...

-¿Quiere que llame a Seguridad?

Fue mano de santo. Fue oir la palabra "Seguridad" y, en ese momento, rápidamente, la mujer le cogió el palo selfie, desmontó el móvil y guardó las dos cosas en su bolso...

-Bien. Ahora le informo... el cuadro de Rembrandt está ahí. Solo tenemos uno.

Y se lo señalé. Es más, les acompañé y me puse delante de él para que no hubiera confusión.

Después me quedé temblando, con un mal cuerpo que ni te lo imaginas, querido Diario. Era la primera vez que me ponía nervioso delante de unos visitantes.

Pero la experiencia te da fuerzas. Y es cierto. Te cuento...

Hace un par de meses, cuando me tocó vigilar durante todo el mes las salas 61B-63B, que son del siglo XIX, Rosales, Casado de Alisal, Federico de Madrazo, entre otros, estando por allí se me acercó un señor de unos cuarenta y cinco años, que por cierto llevaba un plano del Museo en la mano, y me preguntó...

-¿El cuadro del niño herido?

-Ehhh... buenas tardes... perdone, en estos momentos no sé a qué cuadro se refiere.

-Sí, hombre, el cuadro del niño herido, que me han dicho que está por aquí...

-Lo siento. No caigo en estos momentos...

-Venga. No pasa nada.

Se dio media vuelta y se marchó.

Luego, al cabo de unos veinte o treinta minutos llegó a mis salas otra vez el hombre, se puso delante de mí y me empezó a dar golpecitos en el hombro izquierdo con el plano que llevaba en la mano, a la vez que me decía con golpes rítmicos de voz y de plano...

-El cuadro / del niño / herido / es / de Sorolla / dicen / que el pescado / es caro.

Ocho golpes de plano que me dio. Ya solo le faltó decirme...

-Que / no / te enteras, / chaval.

... y entonces me hubiera dado cuatro golpes más.

Yo, con la tranquilidad del mundo, cuando terminó de flagelarme con el plano, me miré el hombro izquierdo y luego, mirándole a los ojos fijamente, serio, muy serio, me "limpié" el hombro como si tuviese una pelusa, y después de unos segundos de tensión, le dije sin soltarle la mirada...

-Me alegro que lo haya encontrado.

No sé si se dio cuenta de su error, pero bajó la mirada al suelo y se marcho sin decir nada más.

Pero, claro, en esos momentos te entran ganas de ponerte como un basilisco y escupir por tu boca todas las barbaridades que te sabes, y más, a la vez. Por eso es bueno recordar de vez en cuando la novena recomendación del "Decálogo de buenas prácticas en la atención y trato con el público"...

"Mantener la calma en situaciones difíciles, nunca discutir con el visitante, actuando con serenidad".

En fin, cambiando de tercio, ¿de qué cuadro piensas que te voy a hablar hoy? Pues sí, has acertado, querido Diario. Pero, bueno, al final el flagelador rítmico no se aprendió bien el título del cuadro. Verdaderamente se llama ¡Aún dicen que el pescado es caro! y lo pintó Joaquín Sorolla y Bastida en el año 1894.

Yo creo que es el cuadro más famoso de los pintados por Sorolla... en su juventud, ya que tenía solo veintiún añitos cuando lo pintó... un chaval, jejeje.

Y nos muestra el interior de una bodega de un barco de pesca. En el centro hay un marinero joven, apenas un muchacho... un niño, según mi flagelador... tendido en el suelo después de sufrir un accidente durante la faena. En el torso desnudo le cuelga una medalla. Está atendido cuidadosamente por dos compañeros más adultos... mi flagelador hubiese dicho que más viejos...

Uno de ellos, calvo, le sujeta por los hombros a la vez que está mirando cómo el otro compañero, que por cierto está cubierto por una barretina, le aplica una compresa en la herida que acaba de mojar en el perol de agua que, si te fijas bien, querido Diario, se ve perfectamente en primer plano.

Me llama la atención, a la vez que "me quito el sombrero", metafóricamente hablando, como los dos adultos están concentrados, con el semblante serio, atendido a su compañero de labor. Qué bien supo plasmar Sorolla la psicología de los personajes. Por eso dicen que este cuadro representa una de las escenas más emocionantes de la pintura española del realismo social de fin de siglo XIX.

Fíjate bien, querido Diario... veras que, alrededor de los tres marineros, pueden verse diversos aperos de trabajo y, al fondo a la izquierda, detrás de la viga de madera, hay un montón de pescados, los que fueron apresados durante la accidentada jornada.

Y lo que más me llama la atención de este cuadro es la iluminación. Aunque hay un farol enganchado en el pilar de madera, está apagado. La luz les llega de una supuesta ventana que está fuera del cuadro, en el lado izquierdo, iluminando desde allí la oscura estancia.

¿Y sabes, querido Diario? Este cuadro lo presentó Sorolla en la Exposición Nacional de Pintura en el año 1895 y ganó la primera medalla del certamen. Y no fue la primera "primera medalla" que había ganado en su vida. Tres años antes, en 1892, ya la ganó con la obra ¡¡Otra Margarita!!

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro ¡Aún dicen que el pescado es caro! - 1894 -, de Joaquín Sorolla y Bastida, que se puede contemplar en la sala 62A).

jueves, 21 de junio de 2018

Querido Diario, 21 de junio de 2018

Querido Diario:

Hoy he tenido que vigilar algunas salas de Velázquez y de Murillo, entre otros autores. Y eso me ha recordado una anécdota que me contó ayer mismo mi compañera Gema sobre un cuadro de estas salas. Te cuento...

Estaba Gema vigilando las salas cuando, delante de un cuadro, un grupo de cuatro personas de raza negra se le acercaron y uno le dijo, señalando al cuadro...

-¿Cuánto?

-Perdone, ¿¿¿???...

-¿Cuanto?

-Disculpe, pero no sé qué quiere decir.

-¿Cuánto? Comprar.

... y según me contó mi compañera, en ese momento llegó otra persona más al grupo y, en perfecto inglés, les dijo...

-Aquí no se compra. Esto es un museo.

Yo me imagino que pensarían que el Museo del Prado es una galería de arte, digo yo. Porque si no, no se entiende el afán de saber cuánto costaba el cuadro.

Y esto me hace recapacitar sobre lo que tenemos entre nuestras manos. Los vigilantes de salas, como estamos tan acostumbrados a estar entre estas obras de arte, no las valoramos... y no valoramos nuestro trabajo. Qué importante es nuestro día a día... y qué importante es la labor que nos encomiendan. Si lo piensas bien, querido Diario, da vértigo. Saber que en nuestras manos está la seguridad de miles... no... millones de euros. ¡¡¡Qué orgullo y a la vez qué responsabilidad!!! Me siento el rey del mundo, orgulloso de mí mismo, y a la vez me siento insignificante... si solo vigilo. ¡Qué paradoja!

En fin, dejemos de ponernos metafísicos, querido Diario, y vayamos a lo nuestro, que es hablarte de un cuadro... ¿Que cuál? Pues el que querían comprar estas personas.

Se titula Vista de Zaragoza, y lo pintó Juan Bautista Martínez del Mazo en el año 1647.

No, si el buen hombre no tenía mal ojo para elegir un cuadro para comprarlo. Es hermoso, sobre todo en proporciones. Mide, si bien recuerdo, 331 x 181 centímetros... más de tres metros de ancho por casi dos de alto. ¡¡¡Hermosote!!!

Y como su propio nombre indica, es una vista de la ciudad de Zaragoza desde la orilla opuesta del río Ebro. Pero no representa un día cualquiera, sino uno de los días en que entró el rey Felipe IV a la ciudad. Si te fijas bien, querido Diario, se ve la comitiva, muy diminuta, al otro lado del río, en el centro del cuadro. Verdaderamente ese acontecimiento es una simple y llana excusa para crear esta magnífica vista de la ciudad que, sobre todo, los protagonistas son el río, el cielo y los distintos grupos de personas.

¿Sabes? Juan Bautista Martínez del Mazo era el yerno de Velázquez ya que éste se casó en 1633 con Francisca Velázquez, hija del pintor sevillano. Y según los expertos, solo Juan Bautista supo asimilar muy bien el estilo de su suegro, ya que estaba dotado de grandes recursos técnicos.

Es más, en este cuadro, en la esquina inferior derecha hay una inscripción en la que se aclara la autoría por parte de Martínez del Mazo, pero a pesar de esto, durante muchísimos años se consideró que este cuadro lo habían pintado los dos en colaboración. Según se creía, al yerno le correspondía la parte urbana y al suegro el primer plano con los grupos de figuras. Se ha estudiado a fondo y a día de hoy nadie pone en duda que la obra es íntegramente de Juan Bautista Martínez del Mazo.

¿Quieres que te cuente un secreto que muy pocos conocen? Escucha, escucha...

Durante uno de los estudios técnicos y proceso de limpieza y restauración de la obra, se comprobó que debajo de los barnices y de unos repintes hay tres motivos ocultos en la parte superior del cuadro, en el cielo. A la izquierda está el escudo de la Corona de Aragón. En el centro, la imagen de la Virgen del Pilar y a la derecha el escudo de la ciudad de Zaragoza. Según me han dicho, los escudos están rodeados por una corona de laurel, cada uno, claro, y la Virgen lleva un manto que cubre gran parte de su cuerpo y deja ver la parte inferior de la columna... del pilar.

¿Que quién los tapó y por qué? Según dijeron los restauradores, los escudos fueron suprimidos a base de un lijado de la pintura y luego se hizo el repinte del cielo. No saben en qué momento se hizo, pero lo que sí saben seguro es que esas modificaciones formaron parte del cuadro final. Es decir, que las hizo el propio Martínez del Mazo.

Mas, mas... te cuento más... según dicen los que analizaron el cuadro, estos escudos y la Virgen fueron acabados por completo. No fueron simples bocetos que luego el pintor rectificó y los borró. No. Estaban terminados. Y lo más curioso es que trabajó mucho en su elaboración. Incluso los restauradores pudieron ver las huellas que hizo el compás que utilizó Martínez del Mazo para hacer el trazado de la corona y del círculo de ángeles que rodeaban la cabeza de la Virgen.

Entonces, ¿por qué ocultó estos escudos y la Virgen? La verdad... pues no se sabe qué cosas pasaron por la cabeza del pintor para ocultar estos detalles. Se cree, y te repito, querido Diario... los expertos creen que fue por razones de composición y de descripción, ya que los escudos y la Virgen eran de un tamaño considerable, casi llenando todo el cielo, y dejaban a toda la composición inferior muy empequeñecida. Al final lo que quiso resaltar fue solamente el ciudad de Zaragoza, sin añadidos superiores. Pero, claro, es una suposición de los expertos.

¿Que por qué ocultó estos escudos y la Virgen? La verdad... a saber.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro Vista de Zaragoza - 1647 -, de Juan Bautista Martínez del Mazo, que se puede contemplar en la sala 15).

domingo, 17 de junio de 2018

Querido Diario, 17 de junio de 2018

Querido Diario:

Hoy nos han puesto a prueba... o eso pensamos. Te cuento...

Me ha tocado de relevo en algunas salas de Velázquez, Murillo, Van Dyck,... Estaba llegando a la sala 12, para hacer el relevo a mi compañero y amigo Juan Pablo cuando una chica, que pensábamos que era americana, nos ha preguntado...

-Where is the Garden of the Delights of Goya? (¿Dónde está el Jardín de las Delicias de Goya?)

Yo, la verdad, como mi inglés es como es, con escuchar "where" (dónde) y "Goya" me he conformado y la he preguntado...

-Where is Goya? (¿Dónde está Goya?)

- No, where is the Garden of the Delights of Goya?

En ese momento Juan Pablo, que estaba a mi lado, me ha dicho...

-No. Está preguntado por el Jardín de las Delicias...

Y le ha dicho a la joven...

-No es de Goya. Es de El Bosco.

Y ella ha contestado...

-Ah, ¿no?

Juan Pablo ha continuado...

-Está en el piso de abajo, en la sala 56A.

Y en ese momento ella ha preguntado...

-¿Y por dónde bajo?

... en perfecto castellano. Se lo hemos explicado en español, lógicamente, y ella nos ha dado las gracias, también en nuestro idioma, y se ha ido. Y Juan Pablo y yo nos hemos mirado con cara de circunstancia... ¿Por qué nos preguntó en inglés, si hablaba perfectamente en español?

En fin, hay misterios de la vida que nunca tendrán explicación.

Pero, bueno, no pasa nada. Cambiando de tema, cuando estaba vigilando por estas salsas, pensando sobre qué obra de arte te podía hablar, he visto un cuadro que tiene gran relevancia para mí. Y me he dicho...

-Este para mi Diario.

Me explico...

Como ya te he dicho alguna que otra vez, yo nací y vivo en Alcalá de Henares, una ciudad que está a treinta kilómetros de la villa y corte de Madrid. Y en esta ciudad, el cardenal Cisneros fundó una universidad que se equiparó con las de Valladolid o Salamanca, pero con una salvedad, y era que Cisneros dejó los estudios "civiles" para esas universidades y dedicó a la Universidad de Alcalá a los estudios sobre Dios. Es decir, en esta nuestra universidad se estudiaba Teología, Derecho canónico y Medicina. Por eso muchas órdenes religiosas vinieron a Alcalá y fundaron Colegios-Convento, para que sus frailes estudiaran, sobre todo, Teología y Cánones.

¿Y a qué viene todo este rollo? Seguro que te lo preguntarás, querido Diario. Pues es porque los conventos, y sobre todo sus templos, tenían cuadros de pintores de la época.

Y con la desamortización del siglo XIX, expulsando a los religiosos de sus conventos, el gobierno se quedó con los edificios y con las obras artísticas que habían dejado abandonadas los frailes. Los edificios se vendieron o se los quedó el gobierno para, por lo menos en Alcalá, crear cuarteles militares.

Pero, ¿qué pasó con las obras de arte? Esto es más apasionante, querido Diario...

El Museo del Prado abrió sus puertas el 19 de noviembre de 1819, pero no se llamó desde sus orígenes así. En aquella época, como las obras de arte expuestas eran del rey Fernando VII, el museo se le denominó Real Museo de Pintura y Escultura.

Llegó la desamortización... bueno, las desamortizaciones, porque fueron varias, pero la más famosa fue la de Medizabal en octubre de 1835, ya fundado el Real Museo, e incautaron todas las obras de arte de los conventos abandonados. Pero, ¿qué hacer con ellas?

Solución... crear un museo para exponerlas.

Como ya existía el Real Museo de Pintura y Escultura, propiedad del rey, a este nuevo museo se le llamó Museo Nacional de Pintura y Escultura, ya que eran obras "de la nación" y así se distinguían entre ellos. Se creó el 31 de diciembre de 1837, aunque abrió sus puertas el 24 de julio de 1838. Y el edificio donde se albergó este segundo museo fue el antiguo Convento de la Trinidad Calzada, en Madrid. Y desde su inauguración, más o menos, lógicamente, se le conoció más por el Museo de la Trinidad.

Las obras de este museo nacional eran las procedentes de los conventos desamortizados de las provincias de Madrid, Toledo, Ávila y Segovia más las obras incautadas al infante don Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza, que había abrazado la causa carlista. También se destinaron a este museo las obras contemporáneas adquiridas por el Estado, sobre todo las obras premiadas en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Siguiendo con la historia, falleció el rey Fernando VII y le sucedió en la Corona su hija Isabel II. Pero tras la Revolución de 1868, que se conoció como La Gloriosa, se destronó a Isabel II, que ocasionó su exilio. Entonces, ¿qué pasó con el Real Museo? Pues que pasó a ser propiedad de la Nación.

Oh... "Houston, tenemos un problema"... un gran problema... el Real Museo deja de ser "Real" y pasa a ser "Nacional"... Pero ya hay otro nacional... ¿Dos iguales y a la vez distintos? Tiene poco sentido, por no decir ninguno, la existencia de dos museos nacionales de pinturas y esculturas.

Solución... en 1872 se suprimió el Museo de la Trinidad y sus fondos se unieron al Real Museo, que desde ese momento se le denominó como el disuelto... Museo Nacional de Pintura y Escultura.

Y todo esto para decirte, querido Diario, que estando vigilando por estas salsas, pensando sobre qué cuadro te podía hablar, vi un cuadro que tiene gran relevancia para mí. Y no es ni más ni menos que El triunfo de san Agustín, que pintó Claudio Coello en el año 1664.

¿Y por qué es importante para mí? Pues muy sencillo, querido Diario... esta obra la realizó Claudio Coello cuando tenía veintidós años de edad para el Convento de Agustinos Recoletos de Alcalá de Henares, y permaneció en el convento, en el lugar para la que fue pintada, hasta 1836, en que, con motivo de la desamortización, fue destinada al Museo de la Trinidad.

¿Y qué vemos en el cuadro? Pues en él aparece San Agustín, uno de los Padres de la Iglesia, que fue obispo de Hipona, elevándose sobre una nube, ante un fondo de cielo de un azul frío e intenso. Si te fijas bien, querido Diario, está señalando con su mano derecha el camino del Cielo, a la vez que dirige su mirada hacia dos de las amenazas contra las que combatió: el infierno, representado por el dragón, y el paganismo, en este caso representado por el busto de un dios clásico.

Según los experto, que no son palabras mías, "el espacio juega un papel fundamental en la construcción de esta obra pictórica: las columnas y las nubes dan solidez a la composición; el cielo actúa como telón de fondo luminoso y enfático; la zona inferior, aunque reducida, abunda en elementos de gran poder estético y significativo: las personificaciones del mal, el paisaje suave y jugoso, y las basas de las columnas o la cartela en la que un jovencísimo pintor afirma ser el autor de esta obra maestra".

Este cuadro es grande. Mide, para ser exactos, 203 x 271 centímetros... más de dos metros de ancho por casi tres de alto. Y estaba ubicado en el altar mayor del templo del convento de Alcalá. Por su tamaño y su composición de lectura clara, dinámica y heroica, el pintor buscó impresionar a los fieles. Claudio Coello podía haber hecho varios cuadros más pequeños, repartidos en el retablo, para crear una narración de la historia de San Agustín, pero prefirió hacer una única y colosal imagen destinada a impresionar.

A mí, aparte de por ser una obra de Alcalá, me encanta... Impresiona.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro El triunfo de san Agustín - 1664 -, de Claudio Coello, que se puede contemplar en la sala 18A).

lunes, 11 de junio de 2018

Querido Diario, 11 de junio de 2018

Querido Diario:

Hoy casi me da no uno sino dos infartos. Te cuento...

Sabes que delante de las obras hay una cuerda, que se llama "catenaria", que sirve para que la gente no se acerque, sobre todo a las pinturas. Lo normal es que la gente no pase de ese límite. Y, es verdad, el cuerpo no lo pasan, pero hay una protuberancia en el cuerpo, llamada "brazo", que realmente pertenece al cuerpo, y esa sí que la pasan. Pero este no es el caso en la historia de hoy... bueno, verdaderamente es parte de la historia del día a día de nuestro trabajo, pero no te lo cuento todo para no aburrirte.

La historia de hoy empieza con que las salas que me han tocado vigilar son donde están Las Majas de Goya. Pues estaba vigilando cuando veo a una mujer italiana por dentro de la catenaria, parada, de espaldas al cuadro La condesa de Chinchón, del que te hablé el 6 de febrero...

¡¡¡SOCORRO!!! Su espalda estaba a menos de cinco centímetros del cuadro... y ella tan tranquila.

No podía avisarla de ninguna manera porque si se asustaba y se movía podía apretar con la espalda el cuadro. Lo que tuve que hacer, casi sin pensar, fue meter la mano por detrás, entre la espalda y el cuadro, y empujarla un poco hacia afuera para que se separase del cuadro, a la vez que la dirigía hacia la salida de la catenaria. Es cierto que no podemos tocar a los visitantes, como ellos tampoco deberían tocarnos, pero en este caso no tuve más remedio.

-Mi scusi, ero distratto (Disculpe, estaba distraída).

Sí, sí, si ya sé que estaba distraída y que no lo ha hecho aposta, pero el susto que me he llevado ha sido de campeonato. El corazón se me puso a mil pulsaciones.

Pero la historia no acabó ahí... no hay una sin dos.

En este caso, la cosa fue más complicada de solucionar... me encontré a una turista oriental detrás de la catenaria, parada entre dos cuadros. No podía dirigirla hacia la salida, como con la italiana, porque tendría que atravesar un cuadro, con la probabilidad de que lo tocase. Tampoco la podía decir nada porque su reacción lógica sería asustarse y "escapar" por el camino, atravesando los cuadros. Solución... sin decirla nada para que no se asustase, puse el brazo entre ella y uno de los cuadros a la vez que con la otra mano separaba el extremo de una de las cuerdas de su base vertical para crearla una salida. Y una vez en esa posición, le dije...

-Stop... go (Deténgase... pase).

... y salió como si no hubiese pasado nada. Ni me miró. Siguió tan tranquila escuchando su audioguía.

Pero, bueno, estas cosas pasan en el Museo un día sí y otro también.

Y ya que he estado en unas de las salas de Goya, te voy a hablar de unos cuadritos que me han llamado la atención... bueno, los he llamado "cuadritos", pero verdaderamente son miniaturas.

Estas miniaturas pertenecen a una serie de siete que pintó Goya en el año 1805 con motivo de la boda de su hijo Javier con Gumersinda Goicoechea. Representan a Javier de Goya y a su familia política.

Las realizó sobre cobre y son las únicas miniaturas que hizo el pintor. Se trata de un conjunto de exquisitos y expresivos retratos en los que, a pesar de su tamaño, realizó profundos estudios psicológicos.

Como te he dicho, querido Diario, se conocen siete, pero podrían haber sido diez, ya que faltan el retrato de su consuegro don Martín Miguel de Goicoechea, el padre de Gumersinda, así como el del propio Goya y el de su mujer Josefa Bayeu.

Y el Museo del Prado tiene dos miniaturas de las siete conocidas. Son la de Juana Galarza de Goicoechea y la de Manuela Goicoechea y Galarza.

Juana Galarza de Goicoechea era la esposa del comerciante de origen navarro Miguel Martín de Goicoechea, y madre de Gumersinda. Por tanto era la consuegra de Goya.

Como puedes comprobar, querido Diario, Juana está representada casi de frente, y está vestida con un traje de encaje blanco, cofia a juego y collar dorado.

Y Manuela Goicoechea y Galarza era la hija de Martín Miguel de Goicoechea y Juana Galarza. Era la hermana mayor de Gumersinda Goicoechea. Por tanto era la cuñada de Javier de Goya.

Como verás, querido Diario, Manuela está representada de perfil, y está vestida con otro un traje de encaje blanco, cofia a juego y collar de perlas... o por lo menos eso parece. Cuando la pintó Goya, nuestra Manuela tenía 20 años.

Se casó con Francisco Muguiro e Iribarren, hermano de Juan Bautista Muguiro, retratado por Goya en Burdeos, del que te hablé el 1 de enero. Por causa de la represión de Fernando VII, Manuela y su marido Francisco se establecieron en Burdeos en 1824, donde falleció en 1858.

Ah, que se me olvidaba.. las dos miniaturas miden solamente 8,1 centímetros de diámetro, cada una, claro.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía de las miniaturas Juana Galarza de Goicoechea y Manuela Goicoechea y Galarza - 1805 -, de Francisco de Goya y Lucientes, que se pueden contemplar en la sala 37).

sábado, 9 de junio de 2018

Querido Diario, 9 de junio de 2018

Querido Diario:

A veces los vigilantes de sala tenemos que aguantar a gente que, la verdad, no sé cómo calificarla. Te cuento...

Hace unos días, mientras estábamos comiendo, una compañera, que me pidió que su nombre quedara en el anonimato, me dijo...

-Te tengo que contar una cosa que me pasó el otro día para tu Diario.

-Venga, cuenta...

-Pues estaba en la sala de las Pinturas negras de Goya cuando de repente se me acerca un hombre y me pregunta dónde están las salas de Rafael. Le estaba indicando y me cortó. Y me empiezó a contar que estaba separado, que vivía en Barcelona y que había venido un mes a Madrid para descansar. Yo no le hice caso y le seguí indicando dónde estaba la sala 49 y me alejé. Pero al día siguiente me tocó vigilar el Claustro y apareció él y me dijo...

-"¿Te acuerdas de mí?

"Pues claro que me acordaba de él, pero le dije que no...

-"Sí, que ayer estabas en la sala de las Pinturas negras y me indicaste donde estaba la sala de Rafael. Pues es que hoy me he levantado y he ido al banco «Tal» a cancelar la cuenta y he ido al banco «Talcual» para abrir otra cuenta. Es que estoy separado. Luego me he ido a tomar un café cortado y a la peluquería. He comido en el bar que está aquí al lado y a las 8:00 he quedado para tomas una botella de sidra con un amigo.

-"Y mientras tanto, ha venido al Museo del Prado para ver los cuadros...

-"No. Yo vengo al museo a ligar.

"Yo no sabía dónde meterme. Estábamos solos en el Claustro y no tenía excusa para alejarme. Menos mal que entraron un grupo de jóvenes y me fui para ellos como para decirles algo y le dejé con la palabra en la boca".

Y en ese momento, un compañero que estaba comiendo con nosotros preguntó...

-¿Quién? ¿El de las plataformas blancas?

-Sí, ese.

Y otro compañero...

-¿El de la camisa hawaiana? También se enrolló conmigo. Si quería ligar conmigo, lo llevaba claro.

Y es que, según me contaron mis compañeros, debía ser un poco estrafalario. Me dijeron que tenía el poco pelo que le quedaba teñido de amarillo fosforescente y que llevaba una camisa hawaiana con un pañuelo al cuello estilo cowboy, con el nudo a un lado, pantalones negros ajustadísimos y unas plataformas blancas. Todo un figura.

Pero ahí no acabó la cosa. Mi compañera me comentó que le vio dos días más...

-Parece que me buscaba.

Y hoy, como quería comentártelo, querido Diario, en mi descanso he ido a ver a mi compañera para que me recordara los "pasos" del susodicho visitante para luego contártelo. Y me ha dicho...

-Pero la cosa no terminó ahí. Ayer apareció otra vez. Llevaba una camiseta rosa, con su pañuelo, pantalones blancos ajustados y sus plataformas. Y de repente me salta...

-"¿Te quieres casar conmigo?

-"Pues llega tarde. Ya estoy casada.

-"No, si no te lo decía a ti, sino que se lo decía al cuadro.

"Y una mier**coles. Me lo dijo clarísimo a mí. Pero como le salió rana, no supo qué decir".

Querido Diario, me quedé de piedra. Solo se me ocurrió decirle a mi compañera...

-¿Sabes que eso es denunciable? Eso es acoso.

-Ya, pero me imagino que no volverá. Con lo borde que me puse, seguro que ya no vuelve más por mis salas. A ver si se acaba el mes que está en Madrid y se vuelve de una vez a Barcelona.

En fin, querido Diario, no todo es idílico en nuestro trabajo. Tenemos que soportar a toda clase de gente... gente muy educada, que te da las gracias, gente borde, que se enfada porque le informas de las normas, y gente "petarda", que no sabes cómo huir de ella.

Y hablando de "amores imposibles"... porque por suerte ella está felizmente casada, se me ha ocurrido hablarte de un cuadro de Antonio Muñoz Degrain. Se titula Los amantes de Teruel y lo pintó en el año 1884.

Esta obra está catalogada en el grupo de Pintura de historia, aunque no está muy claro si fue una historia real como tal o no.

Cuenta la historia, o la leyenda, que allá por el año del Señor de 1217, en Teruel, un rico mercader tenía una hija muy bella que se llamaba Isabel de Segura, y estando en el mercado, conoció a un muchacho pobre pero honrado de nombre Diego de Marcilla y se enamoraron profundamente.

Con el tiempo el joven le dijo a la doncella que deseaba tomarla por esposa, y ella le respondió que su deseo era el mismo, pero que no lo haría sin la aprobación de su padre y de su madre.

Como nuestro Diego no poseía riquezas, le pidió a su amada Isabel que, si ella quería esperarlo cinco años, estaría dispuesto a salir a trabajar donde fuese necesario para poder ganar dinero y hacerse digno de matrimonio. Y ella se lo prometió.

Nuestro joven fue ganando dinero luchando contra los musulmanes, mientras que su amada fue atosigada por su padre para que tomase como marido a un rico pretendiente llamado don Rodrigo de Azara. Ella logró impedir que la casaran diciendo que "había hecho voto de virginidad hasta que cumpliese los veinte años".

Pasados los cinco años solicitados por su amado Diego, al ver que no aparecía ni daba razón de su existencia, pensando que podría estar muerto, nuestra Isabel aceptó casarse con el pretendiente rico don Rodrigo.

Y, casualidades de la vida, el mismo día de la boda, una vez concluida la ceremonia, regresó el amado Diego de Marcilla.

Esa noche, Diego pudo entrar en la recámara donde dormían los nuevos esposos y, despertando con cariño a su amada, le dijo...

-Bésame, que me muero.

Y ella le respondió dolida...

-Quiera Dios que yo falte a mi marido. Por la pasión de Jesucristo os suplico que busquéis a otra, que de mí no hagáis cuenta, pues si a Dios no ha complacido, tampoco me complace a mí.

Él dijo otra vez...

-Bésame, que me muero.

Pero ella rehusó de nuevo. Entonces él cayó muerto. Ella se puso a temblar, despertó a su marido y le contó lo que había ocurrido y de cómo Diego había muerto con un suspiro. Entonces su marido le dijo...

-¡Oh, malvada! ¿Por qué no lo has besado?

A lo que ella repuso...

-Por no faltar a mi marido.

Y él contestó...

-Ciertamente, eres digna de alabanzas.

Entonces el matrimonio acordó llevarlo a casa del padre de Isabel para que nadie pensase que el marido le había matado. Y así lo hicieron sin ser oídos por nadie.

Y la joven se acordó de cuánto quería a su amado Diego, de cuánto había hecho por ello, y que por no quererle besar, había muerto. Entonces decidió ir a besarle antes de que le enterrasen. Y cuando llegó a la iglesia de San Pedro, donde estaba de velatorio, ella, apartando la mortaja, le descubrió la cara y le besó con tanto amor que allí murió.

Después, el marido contó todo lo que ella le había narrado y acordaron enterrarlos juntos en una sepultura... juntos para siempre.

Y volviendo al cuadro que pintó Antonio Muñoz Degrain, te tengo que decir, querido Diario, que es grandioso en todos los aspectos... sobre todo por el tamaño, ya que mide 516 x 330 centímetros... más de cinco metros de largo por más de tres metros de alto.

¿Y qué es lo que vemos en el cuadro? Pues el interior oscuro de la iglesia de San Pedro en Teruel, donde yace sin vida el cuerpo de Diego de Mansilla dentro de un sencillo féretro. Fíjate bien, querido Diario, que nuestro Diego está amortajado con el traje de guerrero, aunque solo se le ve la cabeza y los pies, ya que ese mismo día había regresado de su viaje, después de luchar contra los moros.

A mí me llama la atención el catafalco de oro... bueno, podría ser de bronce dorado, pero eso es lo de menos. Está adornado con águilas en las esquinas encima de unas máscaras, que verdaderamente se denominan "mascarones", las patas del catafalco son leones pequeñitos y, recorriendo la base, está la leyenda en latín "VIVA EL NOME E MORA EL OME". Por debajo del féretro, el catafalco está lleno de rosas y hojas de laurel, como homenaje a los triunfos del caballero.

Sobre el pecho del difunto reposa la cabeza de su amada Isabel que acaba de fallecer después de besar los labios de su eterno e imposible amor. Si te fijas bien, querido Diario, todavía está vestida con el traje de novia.

Pero lo que me encanta es el detalle del candelero con su velón, todavía echando humo, volcado por la novia al llegar corriendo y al abalanzarse hacia el cadáver se su amado. Y lo que más, más, más me gusta el el incensario redondo, en forma de pelota, que está en el suelo. Realmente tiene el tamaño de un balón de fútbol y es espectacular. A mí me encanta.

Volviendo a la descripción del cuadro, se ven a los dos amantes unidos por la muerte, contemplados con ternura por dos dueñas que se acercan al féretro.

Si te fijas bien, querido Diario, Degrain pintó la escena tomada desde una esquina del templo, viéndose de oblicuo, para crear más profundidad espacial, a la vez que ilumina solo a los protagonistas, centrando todo la intensidad dramática en ellos y en su trágico final. Por tanto, el resto del cortejo fúnebre que vela el cadáver apenas se distingue. Solo se aprecia algo por la tenue penumbra que deja pasar el velo que cubre el ventanal del templo. Si te fijas bien, querido Diario, la estancia solo se alumbra con el ventanal, con una vela sobre el altar que está a la izquierda, junto a un sacerdote que se se vuelve bruscamente para contemplar la escena, y con una lámpara de aceite que cuelga del techo, a los pies del ataúd.

Ah, que se me olvidaba y no quería dejar de decírtelo antes de terminar... como te he comentado antes, el cuadro lo pintó Antonio Muñoz Degrain en 1884 y ese mismo año lo presentó en la Exposición Nacional, siendo premiado con una primera medalla.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro Los amantes de Teruel - 1884 -, de Antonio Muñoz Degrain, que se puede contemplar en la sala 61A).

domingo, 3 de junio de 2018

Querido Diario, 3 de junio de 2018

Querido Diario:

Después de pasarme un mes entero vigilando las salas 61B-63B, que son del siglo XIX, he empezado éste con lo que nosotros llamamos "correturnos", que es cada día en unas salas distintas. ¿Y a que no sabes dónde me ha tocado hoy? Ni te lo imaginas... de relevos en las salas del siglo XIX.

Pero no me importa, todo lo contrario, lo agradezco, pues cada día que pasa me "enamoro" más de la pintura de este siglo... con permiso de mi mujer, claro, jejeje.

En fin, hoy me he dado cuenta que los vigilantes no somos perfectos. Te cuento...

Estaba vigilando en el claustro... ah, te tengo que aclarar, querido Diario, que en el grupo de relevos del siglo XIX también entra el claustro, que no es ni más ni menos que el claustro del antiguo Monasterio de san Jerónimo el Real.

Del monasterio ya solo existen la iglesia, convertida en la Parroquia de san Jerónimo, y uno de los dos claustros que tenía... el renacentista.

Y este claustro fue absorbido por el Museo en la reforma realizada por el arquitecto Rafael Moneo y que se terminó en el año 2007.

Pero, bueno, que me lío... lo que te iba diciendo... hoy me he dado cuenta que los vigilantes no somos perfectos. Y es que estaba vigilando en el claustro, que por cierto es la única sala expositiva del Museo en la que se pueden hacer fotografías, junto a la entrada de Jerónimos, pero, bueno, esa no es una sala expositiva como tal, cuando se me ha acercado un hombre, que estaba solo, y me ha peguntado...

-¿Me puede hacer una fotografía?

... a la vez que me entregaba su móvil.

-Lo siento, pero no puedo.

-No se preocupe. Lo entiendo. Gracias de todas formas.

La verdad es que no sé si puedo o no hacer una fotografía a unos visitantes. No existe ninguna normativa al respecto. Como es un caso tan particular, yo creo que nadie ha caído en ese tema.

Entiendo que no pasa nada si le hago ese favor, pero tampoco sé la reacción de mis jefes si me ven haciendo una foto a un visitante. Se supone que estamos para vigilar y velar por la seguridad de las obras de arte expuestas, y por tanto hacer fotografías a los visitantes no entra dentro de nuestro cometido, ya que en ese momento de "distracción" podría pasar cualquier cosa a las obras de arte expuestas. Pero, ¿lo tenemos prohibido? A ver si me acuerdo y se lo pregunto a alguno de mis jefes y te lo cuento.

Ya ves, querido Diario, no soy perfecto... pero otro compañero mío tampoco. Prefiero dejarle en el anonimato...

Cuando he ido a relevarle para que descansara, me ha dicho...

-Un señor hispanoamericano me he preguntado dónde está el lavatorio... y le mandado a los aseos. Y luego, pensando, creo podría estar preguntando por El lavatorio de Tintoretto.

... que es el cuadro del que te hablé en el pasado 6 de diciembre.

Pues podría ser que preguntase por El lavatorio de Tintoretto y no por los aseos, pero entiendo a mi compañero, pues he oído denominarlos de muchísimas maneras... aseos, lavabos, baños, retretes, urinarios, mingitorios, toilets, en perfecto inglés, "tualetes", en perfecto espaninglis,... y , por tanto, ¿por qué no podría ser el lavatorio, el aseo?

Resumiendo, hasta los vigilantes no somos perfectos... pero casi, jejeje.

Y hoy es domingo. Pero un domingo especial... hoy la Iglesia Católica celebra la festividad del Corpus Christi.

Bueno, el Corpus Christi se celebra sesenta días después del Domingo de Resurrección, y por tanto, por cálculos matemáticos, tendría que caer en jueves. Pero en muchas regiones esta fiesta ha sido trasladada al domingo siguiente para adaptarse al calendario laboral... y la Iglesia se ha adaptado a este cambio y ya la ha pasado directamente al domingo.

¿Y a qué viene este rollo? Te preguntarás, querido Diario. Pues viene porque te quiero hablar de un cuadro... del siglo XIX, qué raro, jejeje, que pasa desapercibido pero que me cautivó desde el primer día que lo vi.

Se titula Procesión en la Abadía de Tiglieto, y lo pintó Serafín Avendaño Martínez en el año 1895. Y entra dentro del grupo de la Pintura Costumbrista y en la del Naturalismo, ambas del siglo XIX.

Serafín Avendaño consiguió en 1861 una Pensión para estudiar en el extranjero y se fue a Italia, más concretamente a Génova y más tarde recorrió la región de Liguria. Allí se especializó en el paisaje de carácter realista, luminista y con preferencia por las atmósferas húmedas. Regresó a España en 1891, donde, entre otros muchos, pintó este cuadro.

Este cuadro representa una procesión en el municipio de Tiglieto, de la provincia de Génova. Y está lleno de detalles... cosa que me encanta, pues te puedes pasar un buen rato mirando y sacando detallitos por todos los lados.

Lo primero que me llamó la atención cuando lo vi, querido Diario, son las personas arrodilladas con mucha devoción en medio de la pradera, delante del paso de la procesión. Y esta está encabezada por una gran cruz procesional acompañada por dos aldeanos llevando los cirios. Y detrás... bastante detrás para ser realistas, se ve otra cruz seguida de otros ciriales y después está el sacerdote que lleva en sus manos al Santísimo en una custodia, bajo palio.

¿Que qué es un palio? Pues es es un dosel, es decir, una especie de toldo sostenido por cuatro varas. Suele estar bordado ricamente en sus "bambalinas", es decir, en los bordes, que caen un poco por los cuadro lados, así como en su techo, que se denomina "cielo".

El palio lo utiliza la Iglesia solo en las procesiones para resguardar al Santísimo Sacramento. Hace tiempo que también lo utilizaban los dignatarios en algunas funciones religiosas, pero a día de hoy solo está reservado para Dios.

¡Ah! El templo desde donde sale la procesión de este cuadro es la iglesia de Santa Maria alla Croce.

Y si te fijas bien, querido Diario, no van por las calles del municipio, sino que parece que se dirigen hacia el campo. Esto quiere decir que pueden ser dos procesiones distintas... a elegir.

Una podría ser la procesión del Corpus Christi, tal y como las que han salido por toda España, y por medio mundo, en el día de hoy.

Pero también podría ser otra procesión. Ya no sé si se hace, pero antiguamente se hacía, sobre todo en los pueblos, la Procesión de la Bendición de los campos. Se realizaba en primavera, solía ser al amanecer, y se sacaba el Santísimo al campo, a las huertas, y se hacia la ceremonia de bendición de los campos, para pedir a Dios que tuvieran buena cosecha.

Y ahora pregunto...  ¿qué procesión pintó nuestro Serafín Avendaño? Sea cual sea, a mí este cuadro me hipnotiza... me encanta.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro Procesión en la Abadía de Tiglieto - 1895 -, de Serafín Avendaño Martínez, que se puede contemplar en la sala 62A).