miércoles, 6 de diciembre de 2017

Querido Diario, 6 de diciembre de 2017

Querido Diario:

Hoy como ha sido el día de la Constitución, fiesta nacional, el día en el Museo ha sido largo. Y me ha tocado vigilar parte de la galería principal de la planta primera, donde están los cuadros de, entre otros, Tintoretto.

Pero lo más sangrante en el día de hoy no han sido los cuadros. Ha sido la mesa.

¿Que de qué mesa te hablo?

Te cuento... en medio de la sala 26 hay un tablero de mesa de don Rodrigo Calderón, del año 1600, hecho de paragone con incrustaciones de alabastro, mármol africano, mármol blanco, mármol polícromo y lapislázuli, soportado por cuadro leones de bronce dorado. Es lo que se llamamos una mesa de piedras duras, aunque, verdaderamente, la única piedra dura de la composición es el lapislázuli.

¿Que por qué es tan importante esta mesa de don Rodrigo Calderón? Bueno, simplemente porque este buen hombre fue el gran favorito del Valido del rey Felipe III, el todopoderoso Duque de Lerma. Algo de importancia tendrá, entonces, su mesa. Digo yo.

¿Que por qué ha sido sangrante el día de hoy con la mesa? Pues simplemente porque no me acordaba que tenía tanto éxito... era como un imán de manos. Aun teniendo una catenaria alrededor, es decir, una cuerda que separa la mesa del visitante, un hombre se ha apoyado con las dos manos para estirarse más sobre la mesa, para ver mejor el centro. Otro se ha puesto a tamborilear con las dos manos encima de la mesa.

-No tocar, por favor. Don't touch, please.

-Perdón, perdón. Es que estaba muy distraido.

-No hace falta que me lo jure. Distraído, un rato.

Bueno, esto último no se lo he dicho, solo lo he pensado, pero ganas de decírselo... un rato.

En fin, como te he dicho al principio, querido Diario, el día ha sido largo, y muy cansado. Creo que ya te dije que tenemos unas sillas para que los vigilantes nos sentemos, pero a mí no me gusta hacerlo. Me siento raro. De todas formas, cada vez que me siento se aplica la Ley de Murphy.

Hoy me he sentado por primera vez sobre las tres y media de la tarde, más o menos, porque no había nadie en la sala. Y cuando digo nadie, es nadie. Pues me siento y, Ley de Murphy, a los treinta segundos una señora pasa al lado de la famosa mesa de don Rodrigo Calderón arrastrando la mano encima del tablero. Rápidamente uno se levanta para "informarle" que no se puede tocar la mesa. Y ya que estás de pie... ya no te sientas.

Al poco tiempo me he sentado una segunda vez y, Ley de Murphy, a los treinta segundos veo a una pareja de dos chicas jóvenes, una de ellas haciendo una foto a la otra. Y como era una panorámica de toda la galería, yo iba a salir en ella... sentado. Y, claro, no es lo suyo. Pues levántate y vete e informarles que no se pueden hacer fotos en el Museo. Y ya que estás de pie... ya no te sientas.

Pero como estaba cansado, me he sentado una tercera vez y, Ley de Murphy, a los treinta segundos un señor que sale de otra sala se dirige directamente a mí y me pregunta.

-Por favor, el aseo más cercano.

Lógicamente uno, por educación, se levanta y contesta.

-Están cerca. Al pasar las columnas, a la izquierda hay una escalera. Bajando dos tramos están los aseos más cercanos.

-Gracias.

Y se va hacia el otro lado.

-Pues no tendrá muchas ganas de mear.

Lo siento, me ha salido del alma. Y esto sí lo he dicho, pero en voz baja. Aunque lo hubiese dicho en voz alta no hubiera pasado nada porque no había nadie. Y como ya estás de pie... ya no te sientas.

Pero decir cansado es poco. Estaba incluso más, y me he sentado por cuarta vez y, Ley de Murphy, a los treinta segundos una pareja me ha preguntado.

-Perdone, ¿la segunda puerta?

Y yo me he quedado a cuadros...

-Una y dos... esa.

-Es la de los ascensores.

-Ah, entonces es aquella... la tercera.

Eso, sí, no me he levantado. Sé que lo he hecho mal, pero era un reto que tenía contra Murphy.

Aunque de poco me ha servido porque cuando estoy sentado me siento incómodo. Ver pasar a la gente mientras tú estás sentado no me convence. Y me he levantado. Y como ya estás de pie... ya no me he sentado más.

Bueno, de pintura todavía no te he hablado, querido Diario. Pues de todos los cuadros que tienen estas salas que me han tocado vigilar hoy, el que tiene más éxito es El lavatorio, pintado por Jacopo Robusti Tintoretto entre los años 1548 y 1549.

Representa el pasaje del Evangelio de San Juan (Jn 13, 12-15) en donde Jesús lavó los pies a sus apóstoles antes de la Última Cena.

Pero en el centro de la escena, donde se suele pintar lo más importante, está un perro. ¿Eso es lo más importante?, te preguntarás, querido Diario. Pues claro que no. Lo que pasa es que Tintoretto puso a los personajes pensando en el punto de vista del espectador.

Me explico... este cuadro estaba pensado para colocarlo en el lado del Evangelio del altar mayor de la iglesia de San Marcuola, en Venecia. Es decir, el lado del Evangelio es el lado izquierdo según se mira al altar. Eso significa que la mejor vista no era de frente al cuadro sino desde el altar. Por tanto como mejor se veía, y se ve actualmente, es desde su lado derecho. Por eso, si el cuadro se ve desde ese ángulo, pasan dos cosas. La primera es que se ordenan los personajes, pues al primero que se ve es a Jesús lavando los pies a Simón Pedro ayudado por el discípulo amado, es decir, Juan el evangelista. Y por detrás se ven los demás apóstoles.

Pero te he dicho que pasan dos cosas si se ve desde la derecha. Pues la segunda es que se ve, por la perspectiva del suelo, una habitación muy larga, con la arcada del fondo, muy lejos.

Y lo curioso es que se ve el cuadro desde la izquierda, lo primero que se ve es a un apóstol quitándose las cintas de las sandalias, y lo segundo es que se ve, por la perspectiva, una sala mucho más pequeña.

No sé si mirando desde un lado y del otro de la pantalla del ordenador se apreciará igual que con el original, querido Diario... Solución: tienes que venir al Museo del Prado para verlo "in situ". Te espero. Bueno, a ti no, querido Diario, pero a los cotillas que te leen, sí los espero.

¡Ah! Se me olvidaba. En la puerta del Museo hay unos guías, que por cierto no pertenecen al Museo, sino que son autónomos y el Prado les deja hacer su oficio...

Como te iba diciendo, que me pierdo, en la puerta del Museo hay unos guías que enseñan las obras más importantes y, lógicamente, llevan a los visitantes que le han contratado a ver este cuadro de El lavatorio. Y les cuenta otro detalle. Yo a este detalle le llamo "el paseillo". Y es porque les comentan que si van andando de un lado al otro del cuadro, mirando a la mesa, se ve como "se mueve", siguiendo al espectador. Y entonces ves al grupito de visitantes andando delante del cuadro. Chin, chin, chin, chin,...

-¡Anda! Pues es verdad. Se mueve.

En fin, verdaderamente no se mueve, so... visitantes engañados. La pintura está más quieta que una lagartija en una tapia en pleno agosto. Es un efecto óptico y parece que se mueve. Pero eso sucede, no solo en este cuadro, sino en cualquier cuadro en el que el personaje te esté mirando directamente, que parece que te sigue con la mirada. Es igual que con el cuadro del Retrato ecuestre del duque de Lerma, de Rubens, que parece que el caballo gira siguiéndote la mirada.

Ese efecto óptico sucede en el cuadro de El lavatorio y en muchos más.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro El lavatorio - 1548-1549 -, de Jacopo Robusti Tintoretto, que se puede contemplar en la sala 25).

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