viernes, 27 de julio de 2018

Querido Diario, 27 de julio de 2018

Querido Diario:

Ya he vuelto al Museo después de las vacaciones. ¿Y a que no sabes qué sala he tenido que vigilar el primer día? ¡¡¡Bien!!! Has acertado... la sala 12, la de Las Meninas. Hacía mucho que no me mandaban allí.

Y después de las vacaciones, me he sentido como en casa...

Primero, porque he vuelto al trabajo, a ese trabajo que no me pesa. Es cierto que no se produce, pero me llena y me enorgullece saber que estoy cuidando un poco, o un mucho, de arte y que entre mis manos hay mucha historia y muchas historias.

Segundo, porque he vuelto a vigilar la sala 12, que es una de mis preferidas. Sé que es una de las salas menos deseadas por los vigilantes, pero debo ser masoquista... a mí me gusta. Si no fuera por la gente que se empeña en no respetar las normas del Museo, sea cual sea, aunque en este caso me refiero a la normativa de no hacer fotografías, sería la sala perfecta para vigilar.

Y tercero, porque he visto a un joven de unos 14 años bailando. Me explico, jejeje...

Me he pasado todas las vacaciones viendo como mi hijo jugaba a Fortnite. Este es un juego "de matar", como todos los famosos últimamente entre la juventud, por desgracia. Pero, bueno, quiero pensar que solo es un juego. Pues bien, en este juego, mientras se espera a que empiece la partida, ya que se tienen que unir cien jugadores, los personajes que ya se han apuntado al juego están juntos en un paisaje y cada uno hace lo que quiere. Unos se entrenan disparando, otros pintan graffitis en el suelo,... y mi hijo se suele poner delante de otro jugador y se pone a bailar... el personaje, no él, claro, jejeje. Y lo gracioso es ver a cuatro o cinco jugadores vestidos de soldados, bailando. Y hay varias clases de baile, como el Swish Swish, que  es el baile de los jóvenes que se ha puesto de moda actualmente, o el Justicia Naranja, que no sabría como explicártelo, querido Diario,... pero el que más me gusta es el baile por defecto del juego, que es el que suele hacer el personaje de mi hijo.

Y todo este rollo para decirte que un joven de unos 14 años se ha puesto a bailar, en la misma sala 12, delante de un cuadro, ese Baile por defecto. Me he quedado de piedra, pues lo he reconocido al instante. Y me ha recordado a mi hijo... como si estuviera en casa.

Y, cambiando de tema, ha pasado una cosa muy curiosa. Delante de Las Meninas estaban dos orientales, uno de unos cuarenta años y otro más joven, de unos treinta. Y el mayor le estaba explicando el cuadro al otro. Y no sé qué le habrá dicho, que el joven, de golpe y porrazo, se ha puesto a llorar... no sé si de emoción o de qué, pues, lógicamente, no entendía que le estaba contando. Y cuando más le hablaba, más lloraba. Luego se ha calmado y se han ido a otra sala.

Pero la historia no termina ahí, pues después del desalojo se lo he comentado a una compañera y me ha dicho que también se ha puesto a llorar delante de El lavatorio, de Tintoretto, del que te hablé el 6 de diciembre.

La verdad, no sé qué le contaría, pero puedo asegurar que el joven, de lágrima fácil, sí que era.

En fin, estando en la sala me he acordado de una anécdota que le pasó a un compañero, Jesús, y que me ha dado permiso para contártela, querido Diario.

Y es que él estaba vigilando la sala 12 cuando se le acercó una mujer y le dijo...

-¿Ese cuadro tiene sangre?

Imagínate el bote que pegó Jesús al oír a la mujer. Salió corriendo a comprobar el cuadro... pero no vio nada.

-Perdone, pero no veo ninguna gota de sangre en el cuadro.

-Sí, ahí, en el cuello del caballo.

-Me parece que eso no es sangre, sino pintura marrón rojiza.

-¡¡¡Ah!!! Es que como pone ahí que Velázquez se quedó con la cabeza, pensé que él quiso representarlo así, con sangre.

-¿¿¿Ehhhh???

Bueno, bueno, bueno. Verdaderamente para comprender esto, querido Diario, antes de nada tienes que leer lo que pone en la cartela. Dice así...

"... en su ejecución Velázquez se reservó zonas como la cabeza del caballo y se sirvió de ayudantes para pintar el vestido y algunas partes del paisaje".

Lógicamente la buena señora no entendió bien el texto. Si bien entendimos tanto mi compañero Jesús como yo, ella interpretó que Velázquez cortó la cabeza al caballo y se la quedó pare él. Y luego dejó el resto del cuerpo a sus ayudantes. Si fuese así... ¡¡¡Será bestia este Velázquez!!!

Si bien creo, la cartela pone claramente que Velázquez pintó la cabeza del caballo y, como era mucho trabajo, las demás partes del caballo las pintaron sus ayudantes.

Velázquez podría ser un hombre con una personalidad fuerte, pero no macabro... ¿o sí? Juzga tú el cuadro, querido Diario. Bueno, tú y todos los cotillas que te leen a hurtadillas... Lo que tiene el caballo en el cuello, ¿es sangre o pintura?

Anda, que no te he dicho qué cuadro era... se titula La reina Isabel de Borbón, a caballo, y lo pintó Diego Rodríguez de Silva y Velázquez hacia el año 1635.

Isabel de Borbón fue la primera mujer del rey Felipe IV, y llevaban veinte años casados cuando Velázquez pintó este cuadro más su compañero, el retrato ecuestre de Felipe IV, a caballo.

En el cuadro que nos ocupa hoy, se ve, querido Diario, a la reina Isabel de Borbón sobre un caballo blanco, dejándose llevar por el paso tranquilo del animal.

Y ahora la pregunta del millón... ¿cómo se sabe que fueron dos o más pintores los que trabajaron en este cuadro? Pues muy sencillo, querido Diario. El estilo que se le ha caracterizado a Velázquez es que pintaba con mano suelta, mal llamada por mi parte, lo reconozco, "a brochazos". Y esa era la grandiosidad de este pintor... para contemplar su obra hay que acercarse, para estudiar su técnica de pincelada, y alejarse, para maravillarse con su obra.

Pues se observa que la cabeza del caballo, el pecho del animal y los correajes que lo adornan son de la mano de Velázquez, con el trazo suelto. Pero el traje de la reina... eso ya es otra historia. Si te fijas bien, querido Diario, es un trabajo muy minucioso. Y no me imagino a Velázquez con el pincelito dibujando uno a uno todos los detalles repetitivos del vestido y de la gualdrapa que protege al caballo. Por eso se sabe que estos fragmentos textiles fueron ejecutados por una mano diferente a la de Velázquez.

Observa el vestido... verás que está compuesto por varios escudos y por el anagrama del nombre de la reina, una "I" envuelta con una "S" y una "B", todas mayúsculas, debajo de una corona real... Isabel de Borbón.

Otra pregunta... ¿en qué lugar estaba la reina? No se sabe, pero si se puede decir que estaba en la costa. Fíjate en el paisaje de delante del caballo... verás un camino que serpentea y llega a una población con una torre cuadrada en el lado derecho. Y detrás se vislumbra el mar.

¡Ah! Cambiando de tema, si te fijas bien, en la pata izquierda del caballo verás... ¿dos patas casi juntas? No, son los famosos "arrepentimientos" de Velázquez, es decir, las modificaciones que hacía cuando lo que había pintado no te gustaba. Bueno, esto no lo hacía Velázquez solamente, sino todos los pintores. Normalmente tapaban los "errores" con una capa de pintura gruesa y no se notaban, pero Velázquez los cubría con "veladuras", que eran capas muy delgadas de pintura, que con el tiempo han perdido fuerza y se han ido transparentado, mostrando así los arrepentimientos. Por eso nuestro caballo tiene dos cuartos delanteros izquierdos.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro La reina Isabel de Borbón, a caballo - hacia 1635 -, de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, y otros, que se puede contemplar en la sala 12).

1 comentario:

  1. Si llegas a contar ademad que esta Isabel era la de los amores reales del conde de Villamediana o a la misma a quien quevedo se atrevió a llamar coja... lo bordas

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