Querido Diario:
No sé si estoy predestinado para que me pasen todas las cosas a mí... o es que yo me las busco.
Es que hoy, a las 16:05 de la tarde, estando vigilando, han aparecido unos niños corriendo por mis salas. Al notar que eran pequeños, les he parado y preguntado...
-Hola, ¿cuántos años tenéis?
-Uhmmm... doce años.
-¿No sabéis que no podéis estar solos en el Museo?
-Es que estamos haciendo una gymkana.
-¿Y dónde están vuestros profesores?
-No lo sabemos. Nos han dicho que vayamos a las cuatro y media a la sala de Las Meninas.
-¿Y vuestros profesores no saben...?
-Sí, sí lo saben.
-No, no. Digo que si vuestros profesores no saben que los chicos menores de catorce años no pueden ir solos por el Museo.
-No lo sabemos.
Al final he llamado a mis jefes y ellos han tenido que hacer una recopilación de niños, que por cierto estaban por todo el Museo, y de profesores, que a saber dónde estaban.
Pero, bueno, para eso estamos, para que se cumplan las normas del Museo... o por lo menos que lo sepan.
Cambiando de tema, he decidido que los vigilantes tenemos que saber de todo... sobre todo de geografía, y tener delicadeza y don de gentes.
Estaba por mis salas cuando veo a un hombre de unos veinticinco a treinta años acercando su nariz demasiado cerca de un cuadro.
-¿A qué olerán los cuadros?
... siempre me lo he preguntado. Porque si no, no entiendo por qué se acercan tanto... ¿para olerlos bien?
-No se acerque tanto al cuadro.
Y era un extranjero. Yo diría que era alemán, pero no estoy seguro...
-Cuando... yo... vivo... no, vi-ví... en Barcelona... yo viví... cerca... de esta... catedral.
-No es la Sagrada Familia.
-No... en... la catedral... de Barcelona.
Hay que reconocer que primeramente, me confundí... la catedral de Barcelona no es la Sagrada Familia, sino la Santa Iglesia Catedral Basílica de la Santa Cruz y Santa Eulalia. Pero, bueno, el cuadro que estaba "oliendo" no era de la catedral de Barcelona.
-No, no es Barcelona. Es la catedral de Burgos.
-¿Ah?
Es que estaba mirando el cuadro Vista exterior de la catedral de Burgos (Antigüedades de España), que había pintado Francisco Javier Parcerisa y Boada en el año 1859.
Y en defensa del visitante he de decir que las dos catedrales se parecen un poco... no mucho, pero un poco sí.
Lo que me llamó la atención de él, y que a la vez me gustó, es que de español, lo justo y necesario, pero por lo menos se esforzó en hablarlo. Ya me imagino lo que pensarán de mí cuando yo les hablo en inglés.
Pero no acabó la historia del cuadro ahí. Media hora después, una señora también extranjera, de unos sesenta años, estaba delante del cuadro buscando algo en su bolso...
-Oh, esta me va a hacer una foto...
¡¡¡MEGGG!!! ¡ERROR!!! Pues no... seré bocazas.
Bueno, me acerqué a ella y sacó una moneda de cinco céntimos. Como yo estaba muy cerca, se giró hacia mí y sin decir nada, señaló la moneda y luego al cuadro. He de reconocer que las monedas pequeñas no me gustan, porque las pierdo con mucha facilidad y además abultan mucho en el bolsillo... bueno, cuando hay muchas, claro.
En fin, que no caí en qué había en esa moneda. Se la pedí y la miré...
-No. Esta catedral es la de Santiago de Compostela. Y la del cuadro es la de Burgos.
-Ah, Santiago. Bonita ciudad. ¿No es la misma?
-No, la catedral del cuadro es la de Burgos.
-Ah, gracias.
Y le devolví la moneda, claro, jejeje.
Y sobre el cuadro, ¿qué te puedo contar, querido Diario? Pues que el romanticismo del siglo XIX quiso revalorizar los monumentos de la geografía española. Y este es un buen ejemplo.
En los inicios de su carrera artística, el pintor Francisco Javier Parcerisa se dedicó a crear una colección litógráfica que reproducía monumentos españoles ordenados por provincias. Los llamaba Recuerdos y bellezas de España.
¿Que qué es una litografía? A ver cómo te lo explico... la litografía es una técnica de impresión que consiste en trazar un dibujo en una piedra calcárea o en una plancha metálica y sirve para conseguir duplicados de obras de arte.
Por lo que yo sé, se utiliza una piedra caliza o una plancha de metal pulimentada sobre la que se dibuja lo que se quiere imprimir, pero de forma invertida. Se dibuja con una materia grasa, ya que este material y el agua son incompatibles. Y una vez que la piedra o la plancha está humedecida, la tinta de impresión solo se queda retenida en las zonas que se han dibujado previamente.
Y volviendo al cuadro, a partir de 1850 Parcerisa se dedicó a pintar una serie de lienzos sobre el mismo tema, que llamó Antigüedades de España. Y uno de los más importantes es este cuadro de la fachada principal de la catedral de Burgos, un bello ejemplo del gótico español.
Presentó el cuadro en la Exposición Nacional de Bellas Artes en el año 1860 y fue premiado con una tercera medalla.
¿Sabes, querido Diario? Por curiosidad me metí en Google Maps y busqué la catedral de Burgos. No sé si sabes que en esa página web hay una opción que se llama Imágenes de Street View, y consiste en ponerte en un punto determinado del mapa y ver como si estuvieras allí, más o menos.
Pues me he puesto en el punto exacto desde donde está pintado el cuadro... y hay muy pocas diferencias. Bueno, excepto los siete burgaleses del siglo XIX, el asno y el cántaro.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía del cuadro Vista exterior de la catedral de Burgos (Antigüedades de España) - 1859 -, de Francisco Javier Parcerisa y Boada, que se puede contemplar en la sala 63B).
Otra manera de conocer el Museo del Prado desde dentro...
martes, 29 de mayo de 2018
jueves, 24 de mayo de 2018
Querido Diario, 24 de mayo de 2018
Querido Diario:
Hace unos días, si bien recuerdo fue el 15 de mayo, te contaba que "mi misión principal es que al final del día las obras de arte que me han encomendado vigilar queden igual que cuando me las dieron, sin arañazos, golpes, chicles pegados, mocos,...", y una "cotilla" que te lee a hurtadillas, dicho con todo el cariño y respeto del mundo, me escribió preocupada porque no se creía que hubiese gente que pegase chicles o mocos en las obras de arte.
Lo de los mocos es ocasional y, lógicamente, no lo hacen aposta. Suele pasar cuando la gente estornuda delante de un cuadro y... bueno, ya me entiendes, querido Diario, que no quiero explayarme sobre el tema, que aunque me guste hablar de lo escatológico, ahora no es cuestión, jejeje.
Pero lo del chicle es cierto... y lo he vivido hace unas dos semanas.
Al volver de mi descanso la compañera que me relevaba me dijo...
-Ya he avisado a los Jefes de vigilantes, han venido y han tomando nota, pero, mira...
Y me señaló el chicle que habían dejado... mejor dicho, habían pegado en la escultura de Isabel II, velada, que esculpió Camillo Torreggiani en 1855, de la que te hablé el 16 de febrero.
Me quedé de piedra... como Isabel II. Me sentí mal, y al recordarlo me sigo sintiendo igual, porque seguramente ocurrió mientras yo vigilaba y no lo detecté. Y lo peor de todo es que por lo menos una visitante se dio cuenta, ya que fue la que informó a mi compañera.
Y ves, querido Diario... ya veis, queridos cotillas, estas cosas, aunque parezcan mentira, suceden.
Pero, bueno, aparte de lo del chicle, hoy ha sido un día curioso. Y es que creía que había visto toda clase de personas en el Museo, pero se ha añadido una más...
He visto sacerdotes con clériman; sacerdotes con sotana; religiosos franciscanos con sus hábitos, carmelitas, jesuitas; obispos; musulmanas con hiyab, que es el pañuelo en la cabeza; con chador que es una pieza de tela que cubre todo el cuerpo menos la cara; incluso con niqab, que cubre todo el cuerpo, dejando libre solo los ojos; Hare Krishnas; un samurai;...
Y hoy he visto... un monje budista. Era mayor, aunque no podría calcular su edad. Llevaba la cabeza afeitada y vestía con un pantalón pesquero, muy estrecho por los tobillos pero que se va haciendo ancho, y en el cuerpo una camisola que le llegaba más abajo de las rodillas, todo de color mostaza. Y llevaba un bolso, también color mostaza.
La verdad es que me ha parecido un personaje curioso.
En fin, hablando de religión y de esculturas, te voy a contar una anécdota que no me pasó a mí sino a mi compañero Jesús. Te pongo en antecedentes...
En una de las salas que me está tocando vigilar este mes hay una escultura que se titula Cristo yacente, y la esculpió Agapito Vallmitjana Barbany en el año 1872.
Pues estaba mi compañero vigilando la sala cuando vio que una señora mayor, de unos sesenta y cinco años, se acercó a los pies de Cristo y le empezó a dar besos...
-Señora, no se puede tocar la escultura.
-Ay, por Dios, que soy muy devota de Cristo y no me he podido resistir.
... mientras se persignaba una y otra vez.
-Ya, pero esto es un museo, no una iglesia.
-Sí, perdone, pero no me he podido resistir.
Pero lo peor de todo, querido Diario, no fue el beso sino... que había dejado marcas de carmín en la escultura. ¡¡¡AGHHH!!! Al final tuvo que llamar a nuestros jefes para que lo solucionaran.
En fin, yo he visto persignarse y hacer genuflexiones ante cuadros de Cristo y de la Virgen María, en el Museo, pero eso te lo contaré en otro momento.
Es más, he visto a una persona persignarse ante La fragua de Vulcano, de Velázquez, pero esa historia me la callaré para mí, jejeje.
Y hablando sobre esta escultura, Agapito Vallmitjana tenía una especial dedicación a la escultura religiosa. En esta obra plasmó la visión romántica de Cristo hombre... abandonado, rendido y trágico. Y dejó claro en esta escultura la serenidad clásica del tema y, sobre todo, su sensibilidad.
Aunque esta obra la esculpió en 1872, en 1869 realizó varios bocetos en terracota. Estos bocetos tienen si interés porque, según los entendido, descubren cómo trabajaba Vallmitjana, a la vez que se comprueba que el escultor decidió retirar casi totalmente los paños del sudario, ya que en los primeros bocetos cubrían casi todo el cuerpo del Cristo, haciendo un importante estudio de las telas. Y al quitar las telas, se concentró en el estudio del cuerpo humano.
¿Sabes? Lo curioso de esta escultura es el modelo con que contó Agapito... fue ni más ni menos que su buen amigo el pintor Eduardo Rosales, quien ya había posado para otras pinturas de similar tema para otros amigos. Debe ser que a Rosales le gustaba estar mucho tiempo tumbado, sin moverse... o quedarse dormido, que sería otra opción.
La escultura fue presentada en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1876. Se consideró como "la obra más elevada de mérito artístico del Salón de Escultura", pero no ganó. Le concedieron el segundo premio.
¿Que por qué quedó el segundo siendo "la obra más elevada"? Pues tiene su por qué... el jurado consideró que "conseguir del público una primera impresión favorable es tal vez la principal condición de una buena obra de arte, pero carece del tipo verdadero de Jesús, según las tradiciones que hoy se tienen, pues su rostro, cabellera y formas del cuerpo deberían ser más graves y distinguidas".
Y tiene su lógica... Rosales, según los escritos de la época, era "un hombre guapo de porte refinado y, debido a su enfermedad, estaba muy delgado, con el rostro demacrado y una expresión melancólica y abstraída". Y Vallmitjana plasmó esa delgadez en la escultura de su Cristo yacente.
A simple vista no se aprecia, pero desde que leí esto me he pasado minutos, sin visitantes que vigilar, claro, analizando la escultura.
Primeramente hay que verla desde arriba... lo arriba que te dejen las catenarias, claro. Si miras la cabeza, es demasiado estrecha con respecto al cuello, que lo tiene muy ancho. Y los hombros acompañan a la cabeza, pero no al cuello. En general es un cuerpo muy estrecho, demasiado delgado, si se compara con la altura total del Cristo.
Es más, si lo miras desde la cabeza, se aprecian muy bien los huesos de la pelvis... muy marcados... extremadamente marcados... en fin, que el Cristo de Agapito Vallmitjana estaba "en los huesos"... como su modelo.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía de la escultura Cristo yacente - 1872 -, de Agapito Vallmitjana Barbany, que se puede contemplar en la sala 61B).
Hace unos días, si bien recuerdo fue el 15 de mayo, te contaba que "mi misión principal es que al final del día las obras de arte que me han encomendado vigilar queden igual que cuando me las dieron, sin arañazos, golpes, chicles pegados, mocos,...", y una "cotilla" que te lee a hurtadillas, dicho con todo el cariño y respeto del mundo, me escribió preocupada porque no se creía que hubiese gente que pegase chicles o mocos en las obras de arte.
Lo de los mocos es ocasional y, lógicamente, no lo hacen aposta. Suele pasar cuando la gente estornuda delante de un cuadro y... bueno, ya me entiendes, querido Diario, que no quiero explayarme sobre el tema, que aunque me guste hablar de lo escatológico, ahora no es cuestión, jejeje.
Pero lo del chicle es cierto... y lo he vivido hace unas dos semanas.
Al volver de mi descanso la compañera que me relevaba me dijo...
-Ya he avisado a los Jefes de vigilantes, han venido y han tomando nota, pero, mira...
Y me señaló el chicle que habían dejado... mejor dicho, habían pegado en la escultura de Isabel II, velada, que esculpió Camillo Torreggiani en 1855, de la que te hablé el 16 de febrero.
Me quedé de piedra... como Isabel II. Me sentí mal, y al recordarlo me sigo sintiendo igual, porque seguramente ocurrió mientras yo vigilaba y no lo detecté. Y lo peor de todo es que por lo menos una visitante se dio cuenta, ya que fue la que informó a mi compañera.
Y ves, querido Diario... ya veis, queridos cotillas, estas cosas, aunque parezcan mentira, suceden.
Pero, bueno, aparte de lo del chicle, hoy ha sido un día curioso. Y es que creía que había visto toda clase de personas en el Museo, pero se ha añadido una más...
He visto sacerdotes con clériman; sacerdotes con sotana; religiosos franciscanos con sus hábitos, carmelitas, jesuitas; obispos; musulmanas con hiyab, que es el pañuelo en la cabeza; con chador que es una pieza de tela que cubre todo el cuerpo menos la cara; incluso con niqab, que cubre todo el cuerpo, dejando libre solo los ojos; Hare Krishnas; un samurai;...
Y hoy he visto... un monje budista. Era mayor, aunque no podría calcular su edad. Llevaba la cabeza afeitada y vestía con un pantalón pesquero, muy estrecho por los tobillos pero que se va haciendo ancho, y en el cuerpo una camisola que le llegaba más abajo de las rodillas, todo de color mostaza. Y llevaba un bolso, también color mostaza.
La verdad es que me ha parecido un personaje curioso.
En fin, hablando de religión y de esculturas, te voy a contar una anécdota que no me pasó a mí sino a mi compañero Jesús. Te pongo en antecedentes...
En una de las salas que me está tocando vigilar este mes hay una escultura que se titula Cristo yacente, y la esculpió Agapito Vallmitjana Barbany en el año 1872.
Pues estaba mi compañero vigilando la sala cuando vio que una señora mayor, de unos sesenta y cinco años, se acercó a los pies de Cristo y le empezó a dar besos...
-Señora, no se puede tocar la escultura.
-Ay, por Dios, que soy muy devota de Cristo y no me he podido resistir.
... mientras se persignaba una y otra vez.
-Ya, pero esto es un museo, no una iglesia.
-Sí, perdone, pero no me he podido resistir.
Pero lo peor de todo, querido Diario, no fue el beso sino... que había dejado marcas de carmín en la escultura. ¡¡¡AGHHH!!! Al final tuvo que llamar a nuestros jefes para que lo solucionaran.
En fin, yo he visto persignarse y hacer genuflexiones ante cuadros de Cristo y de la Virgen María, en el Museo, pero eso te lo contaré en otro momento.
Es más, he visto a una persona persignarse ante La fragua de Vulcano, de Velázquez, pero esa historia me la callaré para mí, jejeje.
Y hablando sobre esta escultura, Agapito Vallmitjana tenía una especial dedicación a la escultura religiosa. En esta obra plasmó la visión romántica de Cristo hombre... abandonado, rendido y trágico. Y dejó claro en esta escultura la serenidad clásica del tema y, sobre todo, su sensibilidad.
Aunque esta obra la esculpió en 1872, en 1869 realizó varios bocetos en terracota. Estos bocetos tienen si interés porque, según los entendido, descubren cómo trabajaba Vallmitjana, a la vez que se comprueba que el escultor decidió retirar casi totalmente los paños del sudario, ya que en los primeros bocetos cubrían casi todo el cuerpo del Cristo, haciendo un importante estudio de las telas. Y al quitar las telas, se concentró en el estudio del cuerpo humano.
¿Sabes? Lo curioso de esta escultura es el modelo con que contó Agapito... fue ni más ni menos que su buen amigo el pintor Eduardo Rosales, quien ya había posado para otras pinturas de similar tema para otros amigos. Debe ser que a Rosales le gustaba estar mucho tiempo tumbado, sin moverse... o quedarse dormido, que sería otra opción.
La escultura fue presentada en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1876. Se consideró como "la obra más elevada de mérito artístico del Salón de Escultura", pero no ganó. Le concedieron el segundo premio.
¿Que por qué quedó el segundo siendo "la obra más elevada"? Pues tiene su por qué... el jurado consideró que "conseguir del público una primera impresión favorable es tal vez la principal condición de una buena obra de arte, pero carece del tipo verdadero de Jesús, según las tradiciones que hoy se tienen, pues su rostro, cabellera y formas del cuerpo deberían ser más graves y distinguidas".
Y tiene su lógica... Rosales, según los escritos de la época, era "un hombre guapo de porte refinado y, debido a su enfermedad, estaba muy delgado, con el rostro demacrado y una expresión melancólica y abstraída". Y Vallmitjana plasmó esa delgadez en la escultura de su Cristo yacente.
A simple vista no se aprecia, pero desde que leí esto me he pasado minutos, sin visitantes que vigilar, claro, analizando la escultura.
Primeramente hay que verla desde arriba... lo arriba que te dejen las catenarias, claro. Si miras la cabeza, es demasiado estrecha con respecto al cuello, que lo tiene muy ancho. Y los hombros acompañan a la cabeza, pero no al cuello. En general es un cuerpo muy estrecho, demasiado delgado, si se compara con la altura total del Cristo.
Es más, si lo miras desde la cabeza, se aprecian muy bien los huesos de la pelvis... muy marcados... extremadamente marcados... en fin, que el Cristo de Agapito Vallmitjana estaba "en los huesos"... como su modelo.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía de la escultura Cristo yacente - 1872 -, de Agapito Vallmitjana Barbany, que se puede contemplar en la sala 61B).
miércoles, 16 de mayo de 2018
Querido Diario, 16 de mayo de 2018
Querido Diario:
Hoy no he trabajado pero ha sido un día muy importante para mí... y para ti, querido Diario. ¿Que por qué? Pues porque en el programa Esto de suena de Radio Nacional de España me han hecho una entrevista... por ti.
Se enteraron de tu existencia y han querido saber más sobre los vigilantes de sala del Museo del Prado, y, claro, hemos hablado de ti. Si me quieres oír, bueno, tú y todos los "cotillas" que te leen a hurtadillas, lo pueden hacer haciendo clic en las palabras... "Esto me suena".
La verdad es que me lo he pasado genial. Al principio estaba nervioso... no, muy nervioso... no, súper nervioso... no, mega nervioso... y más. Eso sí, los presentadores José Antonio García Muñoz, al que llaman Ciudadano García, y David Sierra me lo han hecho muy fácil. Con las bromas a micrófono cerrado me han relajado... lo justo y necesario para que no me diera un infarto. El problema... mejor dicho, mi problema es que no me gusta escucharme... entre otras cosas porque tartamudeo sin darme cuenta. Quiero buscar la palabra más correcta y se me traba la lengua mientras pienso. ¡¡¡Que mal me sueno!!! Pero, bueno, lo he hecho lo mejor posible y con mucha ilusión. Espero haber estado a la altura.
Y, claro, como no he ido a trabajar no puedo contarte ninguna "batallita" del Museo. Bueno... sí.
He estado buscando un cuadro que hablase de una entrevista y que estuviese expuesto en el Museo, y he encontrado uno que justamente está en una de mis salas que me toca vigilar este mes. Y encima es una "batallita".
Se titula La rendición de Bailén (de la tradición y de la historia), y lo pintó José Casado de Alisal en el año 1864.
Este cuadro representa uno de los momentos cruciales de la Guerra de la Independencia contra Francia, que duró desde 1808 al 1814. Para ser más exactos, representa la capitulación del ejercito francés ante las tropas españolas tras la derrota sufrida por los franceses en las cercanías de Bailén, en la provincia de Jaen. Si bien recuerdo fue el 19 de julio de 1808.
La escena inmortaliza la "entrevista", de ahí el hablar de este cuadro, que tuvieron pocos días después Francisco Javier Castaños, que era el Capitán General de Andalucía y Jefe de las tropas españolas, y Pierre-Antoine Dupont de l`Étang, que era el Comandante en jefe del Cuerpo de Observación de la Gironda y uno de los estrategas de Napoleón. En esa reunión se fijaron las condiciones de la rendición.
Si te fijas ahora en el cuadro, querido Diario, en el lado de la izquierda está el ejercito ganador, el español, que está compuesto por militares regulares y guerrilleros del pueblo. Y en la parte de la derecha, el francés.
En el centro, vestido de rojo y blanco, está el general Castaños, el español, que está saludando respetuoso y con gesto afable, quitándose el bicornio, mientras hace una cortés reverencia. Por otra parte, el Comandante Dupont, el francés, que está vestido de negro y blanco, con una actitud orgullosa y seria, responde abriendo los brazos en señal de rendición, declarándose prisionero tras entregar su espada.
¿Sabes, querido Diario? A pesar de la veracidad histórica que Casado quiso infundir en esta narración de la escena, la verdadera rendición de Bailén no tuvo lugar en el mismo campo de batalla, sino que fue firmada en una casa de postas de Andújar tres días después, el 22 de julio de 1808.
Me imagino que te preguntarás entonces por qué Casado de Alisal lo pintó de esta manera. La respuesta es muy sencilla... ¿no te suena a otro cuadro, que también está en la Museo? Pues sí, querido Diario, este nuestro pintor Casado quiso rendir un homenaje a Velázquez y a su cuadro La rendición de Breda. Si te fijas bien, los grupos de los dos ejércitos están distribuidos de forma muy semejante, aunque los ejércitos están invertidos. En este cuadro los vencedores están en el lado izquierdo y en el de Velázquez están en el derecho.
Y los mástiles de los banderines y enseñas de ambos bandos ayudan aún más a recordar el cuadro velazqueño. ¿No te parece?
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía de los cuadros La rendición de Bailén - 1864 -, de José Casado de Alisal, que se puede contemplar en la sala 61B; y La rendición de Breda - hacia 1635 -, de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, que se puede contemplar en la sala 9A).
Hoy no he trabajado pero ha sido un día muy importante para mí... y para ti, querido Diario. ¿Que por qué? Pues porque en el programa Esto de suena de Radio Nacional de España me han hecho una entrevista... por ti.
Se enteraron de tu existencia y han querido saber más sobre los vigilantes de sala del Museo del Prado, y, claro, hemos hablado de ti. Si me quieres oír, bueno, tú y todos los "cotillas" que te leen a hurtadillas, lo pueden hacer haciendo clic en las palabras... "Esto me suena".
La verdad es que me lo he pasado genial. Al principio estaba nervioso... no, muy nervioso... no, súper nervioso... no, mega nervioso... y más. Eso sí, los presentadores José Antonio García Muñoz, al que llaman Ciudadano García, y David Sierra me lo han hecho muy fácil. Con las bromas a micrófono cerrado me han relajado... lo justo y necesario para que no me diera un infarto. El problema... mejor dicho, mi problema es que no me gusta escucharme... entre otras cosas porque tartamudeo sin darme cuenta. Quiero buscar la palabra más correcta y se me traba la lengua mientras pienso. ¡¡¡Que mal me sueno!!! Pero, bueno, lo he hecho lo mejor posible y con mucha ilusión. Espero haber estado a la altura.
Y, claro, como no he ido a trabajar no puedo contarte ninguna "batallita" del Museo. Bueno... sí.
He estado buscando un cuadro que hablase de una entrevista y que estuviese expuesto en el Museo, y he encontrado uno que justamente está en una de mis salas que me toca vigilar este mes. Y encima es una "batallita".
Se titula La rendición de Bailén (de la tradición y de la historia), y lo pintó José Casado de Alisal en el año 1864.
Este cuadro representa uno de los momentos cruciales de la Guerra de la Independencia contra Francia, que duró desde 1808 al 1814. Para ser más exactos, representa la capitulación del ejercito francés ante las tropas españolas tras la derrota sufrida por los franceses en las cercanías de Bailén, en la provincia de Jaen. Si bien recuerdo fue el 19 de julio de 1808.
La escena inmortaliza la "entrevista", de ahí el hablar de este cuadro, que tuvieron pocos días después Francisco Javier Castaños, que era el Capitán General de Andalucía y Jefe de las tropas españolas, y Pierre-Antoine Dupont de l`Étang, que era el Comandante en jefe del Cuerpo de Observación de la Gironda y uno de los estrategas de Napoleón. En esa reunión se fijaron las condiciones de la rendición.
Si te fijas ahora en el cuadro, querido Diario, en el lado de la izquierda está el ejercito ganador, el español, que está compuesto por militares regulares y guerrilleros del pueblo. Y en la parte de la derecha, el francés.
En el centro, vestido de rojo y blanco, está el general Castaños, el español, que está saludando respetuoso y con gesto afable, quitándose el bicornio, mientras hace una cortés reverencia. Por otra parte, el Comandante Dupont, el francés, que está vestido de negro y blanco, con una actitud orgullosa y seria, responde abriendo los brazos en señal de rendición, declarándose prisionero tras entregar su espada.
¿Sabes, querido Diario? A pesar de la veracidad histórica que Casado quiso infundir en esta narración de la escena, la verdadera rendición de Bailén no tuvo lugar en el mismo campo de batalla, sino que fue firmada en una casa de postas de Andújar tres días después, el 22 de julio de 1808.
Me imagino que te preguntarás entonces por qué Casado de Alisal lo pintó de esta manera. La respuesta es muy sencilla... ¿no te suena a otro cuadro, que también está en la Museo? Pues sí, querido Diario, este nuestro pintor Casado quiso rendir un homenaje a Velázquez y a su cuadro La rendición de Breda. Si te fijas bien, los grupos de los dos ejércitos están distribuidos de forma muy semejante, aunque los ejércitos están invertidos. En este cuadro los vencedores están en el lado izquierdo y en el de Velázquez están en el derecho.
Y los mástiles de los banderines y enseñas de ambos bandos ayudan aún más a recordar el cuadro velazqueño. ¿No te parece?
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía de los cuadros La rendición de Bailén - 1864 -, de José Casado de Alisal, que se puede contemplar en la sala 61B; y La rendición de Breda - hacia 1635 -, de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, que se puede contemplar en la sala 9A).
martes, 15 de mayo de 2018
Querido Diario, 15 de mayo de 2018
Querido Diario:
La función principal de un vigilante de sala es "velar por la seguridad de las obras de arte expuestas en la sala o salas a su cargo". Bueno, aparte de "... así como de los visitantes del Museo, garantizando el correcto desarrollo de la visita".
¿Que por qué te digo esto? Pues porque como mi misión principal es que al final del día las obras de arte que me han encomendado vigilar queden igual que cuando me las dieron, sin arañazos, golpes, chicles pegados, mocos, con perdón,... lo que más me pone nervioso, y por tanto es de lo que más atento estoy, es, sobre todo, el dedo señalador de los visitantes.
Nunca he entendido el por qué, para leer lo que pone en las cartelas, la gente tiene que seguir la lectura con el dedo a un centímetro del cartel o incluso tocándolo. El problema no es el cartel, sino el cuadro que está a diez centímetros de su mano, porque lo puede tocar.
-Por favor, no pase del límite, sobre todo la mano.
-Es que no lo puedo leer.
Podría justificarlos y decir que, a lo mejor, el tamaño de la letra es pequeño, que desde mi punto de vista no lo es, y eso que utilizo gafas de vista cansada. Pero yo, por más que me miro el dedo índice de la mano derecha, no veo el ojo que los demás tienen para acercarlo al cartel. Por lo visto, Dios me hizo imperfecto y no me dotó del ojo en ese dedo. ¡¡¡Qué mala suerte he tenido!!! Porque si no, no me explico la necesidad de acercar el dedo al cartel, ya que es "para leerlo mejor".
Y no solo en las cartelas, sino que acercan el dedo a los cuadros, que es lo peligroso. Bueno, el dedo, el plano, el bolígrafo, la patilla de la gafa,...
Cuando le avisamos que no se acerquen tanto a los cuadros, unos se enfadan...
-Por favor, no pase del límite.
-Si no he tocado.
Entonces viene la segunda parte, que es cuando tienes que perder el tiempo en dar explicaciones...
-No le he dicho que haya tocado. Sé que su intención es no tocar, pero si en el momento que acerca la mano al cuadro le dan un golpe en el brazo, ya sí que tocaría y tendríamos un problema.
Y así todos lo días.
Hoy una pareja de unos cincuenta años estaban viendo un cuadro con "el ojo de la mano"...
-Por favor, no pase del límite.
Y la mujer, que se estaba inclinando hacia delante...
-Es que no veo.
-Es por la mano.
Y el marido...
-Sí. Lo ha dicho por mí. Tiene razón. Disculpe.
... y me marché contento, porque entendieron, por lo menos el hombre, que lo hicieron mal.
También lo paso mal, es más, me exaspera es ver que los guías turísticos acercan la mano a los cuadros. Ellos, por su profesión, deben saber que eso no se debe hacer. Ya sé que dicen que no los tocan, es cierto, pero si yo, como visitante, veo que ese guía puede acercar la mano al cuadro, pues yo también.
Sinceramente, por respeto al guía, y no sé si le estoy haciendo un bien, suelo "decírselo" con gestos disimulados, para no dejarle en evidencia delante del grupo, aunque a veces se lo merecen.
Esta tarde había una guía acercando el dedo señalador a un cuadro. Yo no le he dicho nada, pero me he puesto enfrente de ella con los brazos cruzados, mirándola fijamente... hasta que se ha dado cuenta, ha dado un paso atrás, y con la mano me ha pedido disculpas.
En fin, como digo siempre, este es "el pan nuestro de cada día".
Me estoy dando cuenta, querido Diario, que llevo un buen rato hablándote de hoy y no te he dicho nada sobre las salas que me tocado vigilar. Es que hoy, como es san Isidro, es día festivo en Madrid capital y por eso en el Museo se trabaja como tal. Aunque hemos trabajado todo el día... ¡¡¡Hemos salido una hora antes!!!
Y hemos cambiado de sala... hoy me ha tocado ser relevo, entre otras, de las salas 100-102, que comúnmente llamamos El Tesoro del Delfín.
¿Que qué o quién es el Delfín? Bueno, primeramente, el Delfín no es el mamífero acuático que estás pensando, querido Diario. Se le llamaba "Delfín" al heredero de la corona francesa. Y el Delfín que tenía el tesoro, en nuestro caso, era Luis de Francia, el hijo mayor de Luis XIV y de la infanta española María Teresa de Austria. Pero murió durante una epidemia de viruela sin llegar a reinar. Por tanto ese conjunto de alhajas fue heredado por su hijo Felipe V, el primer Borbón español. Y de la Corona española ha pasado al Museo del Prado.
Pero estas salas albergan más cosas aparte del Tesoro. Hay vitrinas con porcelanas, miniaturas y el arte de las piedras duras.
Lástima que esta salas son poco conocidas, pues tienen "un tesoro artístico".
Y hoy te voy a hablar, querido Diario, de las piedras duras. Y es que este tipo de trabajos son auténticos cuadros hechos con piedras duras... y no están pintados. Es arte consiste en incrustar y combinar piedras duras y mármoles para componer escenas. A este arte se le denomina, si bien recuerdo, "taracea".
Es como crear un puzle de piececitas pequeñas, de distintas formas, de piedra. Imagínate, querido Diario, al trabajador rebuscando entre los distintos grupos de mármoles hasta encontrar la pieza que le interese, tallarla a tamaño exacto, pulirla e incrustarla en el hueco. Debe ser, y es, un "trabajo de chinos".
Pues te quería, y te quiero hablar de un "cuadro" de estas piedras duras que tiene el Museo, que desde que lo vi, me ha llamado la atención. Se titula Vista de Bermeo, y se realizó en el Real Laboratorio de Piedras Duras del Buen Retiro bajo la dirección de Luis Poggetti, después del año 1783.
Este cuadro, no sé si se debe denominar "cuadro", no lo sé, pero yo lo haré, está basado en una pintura de Luis Paret y Alcázar, que está en una colección particular. Es una vista del puerto de Bermeo, con unas pescadoras sobre unas rocas, en primer término, y unas barcas repletas de pescadores trabajando. Detrás y a la derecha, está el puerto entre unos acantilados. Y al fondo se ve la ciudad.
Lo que más me llama la atención es que no hay nada, repito, nada pintado. ¡¡¡IMPRESIONANTE!!!
Si te fijas bien, querido Diario, el cielo es una única pieza de mármol blanco azulado, y la forma de sus vetas hacen de nubes. Las plantas son piezas de mármol verde y blanco o verde y amarillo que simulan las hojas. El mar son trocitos de piedras verdes con vetas blancas,... te puedes pasar horas y horas viendo el cuadro y secarías muchos detalles... detalles EN PIEDRA.
Cada ventana es un trocito rectangular de piedra.
No me había fijado bien, pero mi compañera Marisa me ha hecho fijarme en la ventana superior de la casa de la izquierda... tiene una persona asomada. ¡¡¡Es alucinante la cantidad de detalles!!!
Ah, y las rocas del primer término donde están subidas las pescadoras... si es que se ven que son rocas de verdad.
Horas y horas me quedaría contemplando esta obra de arte... arte en piedras duras.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía del arte en piedra dura Vista de Bermeo - Después de 1783 -, del Real Laboratorio de Piedras Duras del Buen Retiro, que se puede contemplar en la sala 100).
La función principal de un vigilante de sala es "velar por la seguridad de las obras de arte expuestas en la sala o salas a su cargo". Bueno, aparte de "... así como de los visitantes del Museo, garantizando el correcto desarrollo de la visita".
¿Que por qué te digo esto? Pues porque como mi misión principal es que al final del día las obras de arte que me han encomendado vigilar queden igual que cuando me las dieron, sin arañazos, golpes, chicles pegados, mocos, con perdón,... lo que más me pone nervioso, y por tanto es de lo que más atento estoy, es, sobre todo, el dedo señalador de los visitantes.
Nunca he entendido el por qué, para leer lo que pone en las cartelas, la gente tiene que seguir la lectura con el dedo a un centímetro del cartel o incluso tocándolo. El problema no es el cartel, sino el cuadro que está a diez centímetros de su mano, porque lo puede tocar.
-Por favor, no pase del límite, sobre todo la mano.
-Es que no lo puedo leer.
Podría justificarlos y decir que, a lo mejor, el tamaño de la letra es pequeño, que desde mi punto de vista no lo es, y eso que utilizo gafas de vista cansada. Pero yo, por más que me miro el dedo índice de la mano derecha, no veo el ojo que los demás tienen para acercarlo al cartel. Por lo visto, Dios me hizo imperfecto y no me dotó del ojo en ese dedo. ¡¡¡Qué mala suerte he tenido!!! Porque si no, no me explico la necesidad de acercar el dedo al cartel, ya que es "para leerlo mejor".
Y no solo en las cartelas, sino que acercan el dedo a los cuadros, que es lo peligroso. Bueno, el dedo, el plano, el bolígrafo, la patilla de la gafa,...
Cuando le avisamos que no se acerquen tanto a los cuadros, unos se enfadan...
-Por favor, no pase del límite.
-Si no he tocado.
Entonces viene la segunda parte, que es cuando tienes que perder el tiempo en dar explicaciones...
-No le he dicho que haya tocado. Sé que su intención es no tocar, pero si en el momento que acerca la mano al cuadro le dan un golpe en el brazo, ya sí que tocaría y tendríamos un problema.
Y así todos lo días.
Hoy una pareja de unos cincuenta años estaban viendo un cuadro con "el ojo de la mano"...
-Por favor, no pase del límite.
Y la mujer, que se estaba inclinando hacia delante...
-Es que no veo.
-Es por la mano.
Y el marido...
-Sí. Lo ha dicho por mí. Tiene razón. Disculpe.
... y me marché contento, porque entendieron, por lo menos el hombre, que lo hicieron mal.
También lo paso mal, es más, me exaspera es ver que los guías turísticos acercan la mano a los cuadros. Ellos, por su profesión, deben saber que eso no se debe hacer. Ya sé que dicen que no los tocan, es cierto, pero si yo, como visitante, veo que ese guía puede acercar la mano al cuadro, pues yo también.
Sinceramente, por respeto al guía, y no sé si le estoy haciendo un bien, suelo "decírselo" con gestos disimulados, para no dejarle en evidencia delante del grupo, aunque a veces se lo merecen.
Esta tarde había una guía acercando el dedo señalador a un cuadro. Yo no le he dicho nada, pero me he puesto enfrente de ella con los brazos cruzados, mirándola fijamente... hasta que se ha dado cuenta, ha dado un paso atrás, y con la mano me ha pedido disculpas.
En fin, como digo siempre, este es "el pan nuestro de cada día".
Me estoy dando cuenta, querido Diario, que llevo un buen rato hablándote de hoy y no te he dicho nada sobre las salas que me tocado vigilar. Es que hoy, como es san Isidro, es día festivo en Madrid capital y por eso en el Museo se trabaja como tal. Aunque hemos trabajado todo el día... ¡¡¡Hemos salido una hora antes!!!
Y hemos cambiado de sala... hoy me ha tocado ser relevo, entre otras, de las salas 100-102, que comúnmente llamamos El Tesoro del Delfín.
¿Que qué o quién es el Delfín? Bueno, primeramente, el Delfín no es el mamífero acuático que estás pensando, querido Diario. Se le llamaba "Delfín" al heredero de la corona francesa. Y el Delfín que tenía el tesoro, en nuestro caso, era Luis de Francia, el hijo mayor de Luis XIV y de la infanta española María Teresa de Austria. Pero murió durante una epidemia de viruela sin llegar a reinar. Por tanto ese conjunto de alhajas fue heredado por su hijo Felipe V, el primer Borbón español. Y de la Corona española ha pasado al Museo del Prado.
Pero estas salas albergan más cosas aparte del Tesoro. Hay vitrinas con porcelanas, miniaturas y el arte de las piedras duras.
Lástima que esta salas son poco conocidas, pues tienen "un tesoro artístico".
Y hoy te voy a hablar, querido Diario, de las piedras duras. Y es que este tipo de trabajos son auténticos cuadros hechos con piedras duras... y no están pintados. Es arte consiste en incrustar y combinar piedras duras y mármoles para componer escenas. A este arte se le denomina, si bien recuerdo, "taracea".
Es como crear un puzle de piececitas pequeñas, de distintas formas, de piedra. Imagínate, querido Diario, al trabajador rebuscando entre los distintos grupos de mármoles hasta encontrar la pieza que le interese, tallarla a tamaño exacto, pulirla e incrustarla en el hueco. Debe ser, y es, un "trabajo de chinos".
Pues te quería, y te quiero hablar de un "cuadro" de estas piedras duras que tiene el Museo, que desde que lo vi, me ha llamado la atención. Se titula Vista de Bermeo, y se realizó en el Real Laboratorio de Piedras Duras del Buen Retiro bajo la dirección de Luis Poggetti, después del año 1783.
Este cuadro, no sé si se debe denominar "cuadro", no lo sé, pero yo lo haré, está basado en una pintura de Luis Paret y Alcázar, que está en una colección particular. Es una vista del puerto de Bermeo, con unas pescadoras sobre unas rocas, en primer término, y unas barcas repletas de pescadores trabajando. Detrás y a la derecha, está el puerto entre unos acantilados. Y al fondo se ve la ciudad.
Lo que más me llama la atención es que no hay nada, repito, nada pintado. ¡¡¡IMPRESIONANTE!!!
Si te fijas bien, querido Diario, el cielo es una única pieza de mármol blanco azulado, y la forma de sus vetas hacen de nubes. Las plantas son piezas de mármol verde y blanco o verde y amarillo que simulan las hojas. El mar son trocitos de piedras verdes con vetas blancas,... te puedes pasar horas y horas viendo el cuadro y secarías muchos detalles... detalles EN PIEDRA.
Cada ventana es un trocito rectangular de piedra.
No me había fijado bien, pero mi compañera Marisa me ha hecho fijarme en la ventana superior de la casa de la izquierda... tiene una persona asomada. ¡¡¡Es alucinante la cantidad de detalles!!!
Ah, y las rocas del primer término donde están subidas las pescadoras... si es que se ven que son rocas de verdad.
Horas y horas me quedaría contemplando esta obra de arte... arte en piedras duras.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía del arte en piedra dura Vista de Bermeo - Después de 1783 -, del Real Laboratorio de Piedras Duras del Buen Retiro, que se puede contemplar en la sala 100).
viernes, 11 de mayo de 2018
Querido Diario, 11 de mayo de 2018
Si hoy no me ha dado un infarto, ya no me da. Te cuento...
Es curioso, pero la gente cuando habla por teléfono sube el volumen de la voz... hasta incluso llegar a gritar. No toda, es cierto, pero muchísima gente, sí.
Dicho esto, estaba vigilando mis salas cuando un señor se ha puesto a hablar por teléfono a gritos. Y como la norma del Museo dice que "se ruega a todos los visitantes no utilizar el teléfono móvil durante la visita. En caso de necesidad, llevarlo en modo silencio y evitar molestar al resto del público", me he acercado a él y le he dicho...
-Por favor, para hablar por teléfono le ruego que se dirija al pasillo.
Y le he indicado con gestos dónde estaba el más cercano. Y en su "huida", como había gente que le obstaculizaba, se ha metido por dentro de la catenaria de seguridad, por dentro de la cuerda de separación.
¡¡¡Ha sido peor el remedio que la enfermedad!!!
No ha tocado los cuadros que estaban por donde ha pasado de milagro. Podría haber hecho un estropicio de campenato, pues, al llevar el móvil en ese lado de la cabeza, el codo del brazo que cogía el aparato sobresalía y podría haber dado a los cuadros con él.
Pero, bueno, por suerte solo fue un susto. Yo siempre he dicho que el Museo tiene un Ángel de la Guarda que le protege, que si no...
En fin, cambiando de tema, en el capítulo de "Preguntas absurdas vs. respuestas más absurdas todavía", una mujer de unos cuarenta años que iba con su familia me ha preguntado...
-Si vamos por ahí, ¿vamos bien?
-Ehhh???... síííí... y si van por allí, también van bien...
-Es que ya hemos visto todo esto y es para subir.
-Ah, vale. El Museo tiene varias escaleras y, sí, por ahí hay una. Vayan por esta sala y giren...
Luego apareció otra mujer, pero esta más mayor, de unos sesenta años...
-Los cuadros de Sorolla, ¿sabe dónde se encuentran, más o menos?
-Más o menos, no. Tengo que saberlo...
-Ya me lo imaginaba.
Así sucedió, así te lo cuento, querido Diario.
Y cambiando otra vez de tema, desgraciadamente tengo que volver al de las fotografías... la verdad es que me siento muy cansino, que no muy cansado, de hablar de este tema, pero es "el pan nuestro de cada día".
Hoy, estando en mis salas, en concreto en la sala 61B, que es donde están los cuadros de Eduardo Rosales, ha entrado una chica de unos dieciséis o diecisiete años, a toda prisa, con la cámara del móvil encendida, directa a un cuadro. Y antes que llegase al cuadro...
-Buenas tardes, le informo que no se pueden hacer fotografías en el Museo.
-Vale.
Y se dio media vuelta y se marchó.
¡¡¡Oñe!!! Si te ha gustado tanto el cuadro como para tener la necesidad de hacerle una fotografía, disfrútalo, quédate un rato observando el original. No te conformes con mirar tu fotografía en casa. Disfruta del arte en directo y no de la fotografía en diferido... digo yo.
¿Y sabes, querido Diario, qué cuadro fue a hacer la foto? Pues uno que me encanta. Es de la temática de Pintura de historia y se titula Presentación de don Juan de Austria al emperador Carlos V, en Yuste, y lo pintó Eduardo Rosales Gallinas en 1869.
Tras el éxito que tuvo su cuadro Doña Isabel la Católica dictando su testamento, el que te comenté el 6 de mayo, Rosales volvió a trabajar sobre la pintura de historia, pero quiso cambiar de registro, cambiando la moda de los grandes formatos impuesta en los certámenes oficiales para adaptarlos a lo que pedían los clientes. Y es que este cuadro es "relativamente" pequeño, ya que solo mide 123,5 x 76,5 centímetros... un poco más de un metro de largo.
El cuadro representa el momento en que el joven Juan de Austria, que era el hijo natural del viudo rey Carlos I... el emperador Carlos V, y Bárbara Blomberg, es conducido a presencia de su padre, que ya es anciano y está enfermo, en su retiro, en el Monasterio de Yuste. La identidad de este hijo fue mantenida en secreto durante muchos años, y en los últimos años el rey ideó muchas excusas para verle con frecuencia.
¿Y qué ves en el cuadro, querido Diario? Pues a la izquierda vemos al rey Carlos I sentado junto a un gran ventanal, delante de una chimenea. Se aprecia que el rey está enfermo, con ataques de gota, por lo que lleva las piernas cubiertas con una manta y reposa los pies sobre un cojín. Al lado está su perro mastín y dos frailes jerónimos del Monasterio.
Y en el extremo opuesto de la sala, es decir, a la derecha del cuadro, y ante los nobles de su corte, está el tímido "Jeromín", que es como se le llamaba familiarmente a Juan de Austria. Está vestido con ropas de un azul muy intenso. Vemos que su tutor, don Luis de Quijada, le está indicando que se acerque al rey, cuya imponente presencia parece que intimida al joven, ignorante de su parentesco con el monarca.
¿Sabes, querido Diario? El pintor Rosales intentó, y lo consiguió, dar verosimilitud a la escena, ya que estudió, entre otras cosas, la indumentaria de los personajes.
Este cuadro lo empezó a pintar en Roma y desde allí escribió varias cartas a su amigo Gabriel Maureta para preguntarle, por ejemplo, si los frailes jerónimos de Yuste "llevaban o no capucha, y si ésta estaba en la capa o en la sotana; si llevaban cerquillo o no"...
Es más, esta obsesión que tenía para que fuese todo fiel se nota en la decoración de la estancia. Primeramente pintó dos estudios al oleo, la Antecámara del Palazzo Chigi, en Arizzia, que estaba en los alrededores de Roma, y el Estudio de chimenea. Luego refundió estos dos bocetos para crear la cámara del rey del Monasterio de Yuste en este nuestro cuadro.
Pero aun hay más... para conseguir la veracidad de la escena, pintó algo más... Si te fijas bien, querido Diario, en la pared del fondo se ve un tríptico gótico, ¿verdad? Pues a los lados hay dos cuadros más. Son el Ecce Homo, que pintó Tiziano en 1547 y La Dolorosa con las manos abiertas, también de Tiziano que pintó esta vez en 1555. ¿Y por qué Rosales eligió estos dos cuadro para ponerlos en este cuadro, en la sala regia? Pues porque, efectivamente, el rey Carlos I se llevó con él estos dos cuadros a su retiro en el Monasterio de Yuste y, por qué no, podrían estar en la cámara del rey en ese momento.
¡Ah! Estos dos cuadros, el Ecce Homo y la Dolorosa, están actualmente en el Museo del Prado.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía de los cuadros Presentación de don Juan de Austria al emperador Carlos V, en Yuste - 1869 -, de Eduardo Rosales Gallinas, que se puede contemplar en la sala 61B; Ecce Homo - 1547 -, y La Dolorosa con las manos abiertas - 1555 -, ambos de Vecellio di Gregorio Tiziano, que a día de hoy se pueden contemplar en la sala D).
miércoles, 9 de mayo de 2018
Querido Diario, 9 de mayo de 2018
Querido Diario:
Ayer 8 de mayo no te lo quise contar para no "ensuciar" el tema de la presentación del cuadro de Federico de Madrazo. Pero hoy te lo tengo que contar...
Sabes que una norma del Museo es la prohibición de hacer fotografías. Soy consciente que es una norma polémica, pero norma es y, por tanto, debe ser cumplida. Los vigilantes no las ponemos, simplemente somos informadores de las normas e intentamos que los visitantes las cumplan.
También es cierto que sobre el tema de las fotografías, yo no me "sulfuro". Muchas veces, aunque esto no te lo debería contar, querido Diario, cuando veo a un fotógrafo "despistado" voy despacio hacia él, espero que haga la fotografía y luego le informo que no se pueden hacer. ¿A quién no le gusta llevarse el recuerdo de una fotografía de su visita a una ciudad que no es la suya, si nunca va a volver?
Pero ellos deben darse prisa, claro. Recuerdo que una vez una joven estaba haciendo una fotografía a sus padres delante de un cuadro, fui despacio hacia ella, me crucé de brazos a su lado, esperando a que hiciese la foto y ella zoom para delante, zoom para detrás, hasta que ya no pude más...
-Perdone, ¿va a hacer la foto ya? Es que en el Museo no está permitido hacer fotografías, pero me han recordado a mis padres y le estaba dejado. Pero ya no. Lo siento, pero no se puede hacer fotografías en el Museo.
Y es que sabemos que una fotografía no daña a los cuadros, solo cuando salta el flash. Por esas veces que saltaba el flash, que eran muchas, y siguen siendo muchas a pesar de la norma, ya no se puede hacer fotos en el Museo.
Pero lo de ayer me mosqueó... es más, me cabreó. Te cuento...
Estaba vigilando mis salas cuando vi a mi lado a una mujer de unos treinta años intentando hacer una fotografía. Estaba a su lado y no tenía "excusa de tiempo" para dejarla...
-Buenas tardes, le informo que no se pueden hacer fotografías en el Museo.
Ella no dijo nada y mirándome a los ojos cerró la tapa del móvil. Yo me giré para marcharme pero, no sé por qué, pues no lo suelo hacer, al segundo me dí media vuelta... y vi que estaba haciendo a escondidas la fotografía al cuadro. Y ahí fui poco correcto, lo reconozco, pero salté...
-Le acabo de informar que no se puede hacer fotografías, me doy media vuelta y la hace. ¿Es que se quiere reír de mí?
Y otra mujer que estaba a mi lado dijo...
-Es indignante. Se lo dice y no le hace caso. Es alucinante.
Insisto que una fotografía no perjudica a las obras de arte, pero lo que no consiento es que se rían de mí y de mi trabajo. Yo solo estoy para informar y para que se cumplan las normas del Museo. Pero soy humano y me merezco un respeto.
Pero no creas que se inmutó, querido Diario. Se quedó un buen rato con la cámara encendida. Eso sí, yo no me aparté de ella hasta que no se marchó de mis salas.
En fin, cambiando de tema, me imagino que te preguntarás qué cuadro fotografió. Pues era Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches, que pintó Federico de Madrazo y Kuntz en el año 1853. ¡¡¡Otro cuadro espectacular!!!
Sobre la biografía de la retratada, te puedo decir, querido Diario, que Amalia de Llano y Dotres tenía treinta y dos años cuando Federico de Madrazo la retrató. A que parece mucho más joven. Si me dicen que tenía dieciocho años me lo creería...
Se había casado hacía catorce años, en 1839, con Gonzalo José de Vilches y Parga, que desde 1848 sería el I conde de Vilches.
Nuestra Amalia, que era una defensora de la causa monárquica desde la caída de la reina Isabel II, fue escritora aficionada, llegando a publicar las novelas Berta y Lidia.
El pintor Federico de Madrazo y y la condesa Amalia de Llano estaban unidos por una gran amistad. Puede, te repito, querido Diario, "puede" que por eso se explique el especial encanto y el primor exquisito que el pintor supo alcanzar en este retrato, que, por cierto, para mí es impresionante.
Según cuentan, los Condes frecuentaban la casa de los Madrazo, especialmente con motivo de sus veladas musicales, en las que incluso ella llegó a cantar, acompañada del piano.
Y sobre el cuadro, lo que más me encanta de él es la sonrisa... dulcísima, unida a esa seductora, y yo diría que también pícara, mirada...
También tengo que resaltar la delicadeza con que sostiene el abanico... o el contacto casi imperceptible de sus dedos con el óvalo de la cara...
¡¡¡Me encanta!!!
Ahí lo dejo, querido Diario.
PD: Por cierto, recuérdame que otro día te cuente por qué estoy "enamorado" de los Madrazo... de la familia Madrazo en general.
(Fotografía del cuadro Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches - 1853 -, de Federico de Madrazo y Kuntz, que se puede contemplar en la sala 62B).
martes, 8 de mayo de 2018
Querido Diario, 8 de mayo de 2018
Querido Diario:
Ayer tuvimos "sarao" en una de mis salas... y yo me lo perdí. Con lo que me gustan a mí estos jaleos. Pero, bueno, te cuento...
Se presentó "en sociedad" el cuadro Josefa del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja, que pintó Federico de Madrazo y Kuntz entre los años 1852 y 1854, y que ha donado al Museo del Prado la empresaria, coleccionista y miembro del Real Patronato del Museo Alicia Koplowitz.
¿Que qué es eso del Real Patronato? Pues, vaya, es difícil de explicar, pero lo intentaré...
Es uno de los tres órganos rectores del Museo Nacional del Prado, que son el Presidente del Museo Nacional del Prado, el Real Patronato y el Director del Museo.
Al Real Patronato se le considera como el órgano rector "colegiado" del Museo Nacional del Prado. Y sus funciones son muchas, pero la más importante es "establecer los principios de organización y dirección del museo, fijando sus directrices generales de actuación y promoviendo su cumplimiento".
Bueno, volviendo a la presentación de ayer, en el acto estuvieron, entre otras personas, José Pedro Pérez-Llorca, que es el Presidente del Real Patronato, Miguel Falomir, Director del Museo, Francisco Javier Barón, Jefe de conservación de pintura del siglo XIX del Museo y Almudena Ros, que es la Conservadora de la colección de Alicia Koplowitz. Tras los discursos lógicos en estos actos, se quedó presentado oficialmente este cuadro.
Pero, en fin, yo no puede estar en este jaleillo, pero sí tuve el honor de custodiar el cuadro esa tarde... esa tarde y todo lo que queda de mes, claro.
Y sobre el cuadro, qué decirte si tengo poca información. Pero lo intentaré...
Cuando Federico de Madrazo pintó este cuadro, que te recuerdo que lo empezó en 1852, la retratada Josefa del Águila y Ceballos Alvarado y Álvarez de Faria tenía 26 años y desde hacía dos años era la esposa de José María Narváez, sobrino del célebre militar y político Ramón María Narváez, y era el II Vizconde de Aliatar. Años después fue también II Duque de Valencia.
Según dicen los expertos en esta materia, "este periodo en el que pintó el cuadro es justamente el de mayor calidad en la trayectoria de Federico de Madrazo, el mejor retratista español en ese decenio y el que obtuvo la mayor fama internacional. Ningún otro pintor de retratos alcanzó en esos años en España la calidad que revela esta obra".
¿Y qué es lo que vemos en el cuadro? Pues es muy sencillo, querido Diario. Vemos a una mujer, de cuerpo entero, en el exterior de un palacio...
Sí, de verdad que está en el exterior. Si te fijas bien, está en un corredor y al fondo, en la parte de la izquierda, se aprecia una escalinata con balaustrada, un parque con altos árboles y cielo azul.
Se puede apreciar la refinada elegancia que tenía nuestra Josefa del Águila por su pose.
Pero lo que más llama la atención es el vestido de encaje... y qué encaje. ¡¡¡Espectacular!!! Fíjate bien, querido Diario, qué bien pintó las transparencias de los encajes del vestido... qué delicadeza. Se puede apreciar con nitidez todos los detalles.
Reconozco que yo no soy muy entendido de telas, pero este vestido me cautivó desde que lo vi. ¡¡¡Qué narices!!! Que me quedé mirándolo un buen rato, analizando todo el bordado... cuando no había nadie en las salas, claro.
Y luego está el chal que lleva colgado del brazo. Me quedé embobado, literal, mirando una parte del chal que me cautivó. A ver si sé decirte cual... es el bordado vertical de hilos entrelazados que está debajo del brazo derecho, del que salen los flecos. Luego está la continuación de ese bordado, esta vez en horizontal, más abajo, pero ese tramo, aunque tiene una buena ejecución, me atrajo menos.
También está el tocado de plumas que lleva en la cabeza que, aun siendo sencillo, es muy bonito.
Y ya, para terminar, el collar de perlas, el adorno en el pecho, la pulsera y... el anillo de casada, que no sé si se aprecia bien en la fotografía que te he puesto, querido Diario, pero que en el cuadro al natural se ve perfectamente.
Por cierto, Josefa del Águila y Ceballos está pintada a tamaño real. El cuadro mide, si bien recuerdo, 220 x 130 centímetros... más de dos metros de alto.
¡Ah! Otra cosa a resaltar, lástima que no esté en la fotografía, es el marco ancho, isabelino. Es el marco original... y es de una calidad espectacular.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía del cuadro Josefa del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja - 1852-1854 -, de Federico de Madrazo y Kuntz, que se puede contemplar en la sala 62B).
Ayer tuvimos "sarao" en una de mis salas... y yo me lo perdí. Con lo que me gustan a mí estos jaleos. Pero, bueno, te cuento...
Se presentó "en sociedad" el cuadro Josefa del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja, que pintó Federico de Madrazo y Kuntz entre los años 1852 y 1854, y que ha donado al Museo del Prado la empresaria, coleccionista y miembro del Real Patronato del Museo Alicia Koplowitz.
¿Que qué es eso del Real Patronato? Pues, vaya, es difícil de explicar, pero lo intentaré...
Es uno de los tres órganos rectores del Museo Nacional del Prado, que son el Presidente del Museo Nacional del Prado, el Real Patronato y el Director del Museo.
Al Real Patronato se le considera como el órgano rector "colegiado" del Museo Nacional del Prado. Y sus funciones son muchas, pero la más importante es "establecer los principios de organización y dirección del museo, fijando sus directrices generales de actuación y promoviendo su cumplimiento".
Bueno, volviendo a la presentación de ayer, en el acto estuvieron, entre otras personas, José Pedro Pérez-Llorca, que es el Presidente del Real Patronato, Miguel Falomir, Director del Museo, Francisco Javier Barón, Jefe de conservación de pintura del siglo XIX del Museo y Almudena Ros, que es la Conservadora de la colección de Alicia Koplowitz. Tras los discursos lógicos en estos actos, se quedó presentado oficialmente este cuadro.
Pero, en fin, yo no puede estar en este jaleillo, pero sí tuve el honor de custodiar el cuadro esa tarde... esa tarde y todo lo que queda de mes, claro.
Y sobre el cuadro, qué decirte si tengo poca información. Pero lo intentaré...
Cuando Federico de Madrazo pintó este cuadro, que te recuerdo que lo empezó en 1852, la retratada Josefa del Águila y Ceballos Alvarado y Álvarez de Faria tenía 26 años y desde hacía dos años era la esposa de José María Narváez, sobrino del célebre militar y político Ramón María Narváez, y era el II Vizconde de Aliatar. Años después fue también II Duque de Valencia.
Según dicen los expertos en esta materia, "este periodo en el que pintó el cuadro es justamente el de mayor calidad en la trayectoria de Federico de Madrazo, el mejor retratista español en ese decenio y el que obtuvo la mayor fama internacional. Ningún otro pintor de retratos alcanzó en esos años en España la calidad que revela esta obra".
¿Y qué es lo que vemos en el cuadro? Pues es muy sencillo, querido Diario. Vemos a una mujer, de cuerpo entero, en el exterior de un palacio...
Sí, de verdad que está en el exterior. Si te fijas bien, está en un corredor y al fondo, en la parte de la izquierda, se aprecia una escalinata con balaustrada, un parque con altos árboles y cielo azul.
Se puede apreciar la refinada elegancia que tenía nuestra Josefa del Águila por su pose.
Pero lo que más llama la atención es el vestido de encaje... y qué encaje. ¡¡¡Espectacular!!! Fíjate bien, querido Diario, qué bien pintó las transparencias de los encajes del vestido... qué delicadeza. Se puede apreciar con nitidez todos los detalles.
Reconozco que yo no soy muy entendido de telas, pero este vestido me cautivó desde que lo vi. ¡¡¡Qué narices!!! Que me quedé mirándolo un buen rato, analizando todo el bordado... cuando no había nadie en las salas, claro.
Y luego está el chal que lleva colgado del brazo. Me quedé embobado, literal, mirando una parte del chal que me cautivó. A ver si sé decirte cual... es el bordado vertical de hilos entrelazados que está debajo del brazo derecho, del que salen los flecos. Luego está la continuación de ese bordado, esta vez en horizontal, más abajo, pero ese tramo, aunque tiene una buena ejecución, me atrajo menos.
También está el tocado de plumas que lleva en la cabeza que, aun siendo sencillo, es muy bonito.
Y ya, para terminar, el collar de perlas, el adorno en el pecho, la pulsera y... el anillo de casada, que no sé si se aprecia bien en la fotografía que te he puesto, querido Diario, pero que en el cuadro al natural se ve perfectamente.
Por cierto, Josefa del Águila y Ceballos está pintada a tamaño real. El cuadro mide, si bien recuerdo, 220 x 130 centímetros... más de dos metros de alto.
¡Ah! Otra cosa a resaltar, lástima que no esté en la fotografía, es el marco ancho, isabelino. Es el marco original... y es de una calidad espectacular.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía del cuadro Josefa del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja - 1852-1854 -, de Federico de Madrazo y Kuntz, que se puede contemplar en la sala 62B).
domingo, 6 de mayo de 2018
Querido Diario, 6 de mayo de 2018
Querido Diario:
Reconozco que hace mucho tiempo que no te escribo, pero es que he decidido desintoxicarme un poco del Museo... es que las mañanas me las paso estudiando temas del Museo, por la tarde trabajando en el Museo y por la noche escribiéndote cosas del Museo. Y encima, como lectura antes de dormir, me he leído la obra de teatro "Las Meninas" de Antonio Buero Vallejo y ahora me estoy leyendo la novela-obra de teatro "Velázquez y Rubens, conversación en El Escorial" de Santiago Miralles Huete. Así, sin más, sin anestesia ni nada...
Me han dicho que, por lo visto, también hay vida aparte del Museo.
¿Y que por qué estudio cosas del Museo? Es verdad, querido Diario, que nunca te he explicado el porqué de tu existencia. Pues te cuento...
Empecé a escribirte porque leí una novela que transcurría en el Museo del Prado y, verdaderamente, no dejaba en muy buen lugar a los vigilantes. Empezaba diciendo que estaban sentados en las sillas, leyendo el periódico. Luego que protestaban porque los visitantes les molestaban en sus lecturas. Y remataba diciendo que abandonaban las salas durante horas y que por eso podían tocar las obras de arte, en especial el Tríptico del jardín de las delicias.
Por eso empecé a escribirte, querido Diario, para demostrar que los vigilantes de sala del Museo del Prado no somos ni actuamos así, entre otras cosas porque no solemos estar sentados todo el tiempo, a veces sí, pero solo cuando estamos cansados y hay poca gente en las salas; tampoco leemos el periódico, porque tenemos prohibido leer cualquier cosa, incluso el WhatsApp... bueno, tenemos prohibido leer cualquier cosa, lo que se dice cualquier cosa, no... las cartelas de los cuadros, sí nos dejan, jejeje; y, lógicamente, no abandonamos las salas durante horas.. bueno, ni durante segundos. Es cierto que como tenemos encomendada la vigilancia de varias salas a la vez, si estás en una no estás en las demás, lógico, pero siempre estamos vigilando todas nuestras salas.
Bueno, que me enrollo y no te he explicado porqué estudio cosas del Museo... y es porque no tengo plaza fija en el Museo. Soy vigilante de sala de los que llaman "de bolsa". En mi caso, soy interino, pero "de bolsa", sin plaza fija. Y ahora han sacado 28 plazas y, lógicamente estoy estudiando para conseguir una.
Y esto es una aliciente más para seguir escribiéndote, querido Diario, porque como una parte del temario es la "Historia del Museo Nacional del Prado y sus colecciones", así, sin más, aprenderte 27.000 obras que tiene el Museo, pues al escribírtelas y explicártelas, las estudio antes y así me las aprendo.
Y ahí estamos, estudiando "cosas del Museo".
En fin, después de dos semanas de descanso psicológico, he decidido volver a mis andadas de escribirte.
Y empiezo a escribirte diciendo que estos días he conocido en el Museo a un "cotilla" que te lee a hurtadillas... y que no es ninguno de mis compañeros, claro. Es el segundo cotilla que se me ha presentado. Hace un mes, más o menos, se me presentó otro. Y no sabes, querido Diario, la alegría que me da conocerlos. Y este es otro motivo para seguir escribiéndote, después de este tiempo de relax necesario.
En fin, empezando mi relato te diré, querido Diario, que este mes me ha tocado otra vez salas fijas. Siempre empiezas con muchas ganas, pero a partir del día 20 ya estás buscando una argolla para ahorcarte en la sala. Es que un mes entero en unas mismas sala, pesa. Pero, bueno, no me puedo quejar, que tengo trabajo... y me gusta. Desgraciadamente mucha gente no tiene trabajo o lo tienen, pero no les llena. En mi caso tengo que dar gracias a Dios por tenerlo y gustarme.
Pues este mes me tocan las salas 61B-63B, que son sobre pintura española del siglo XIX... Eduardo Rosales, José Casado de Alisal, Federico de Madrazo y el Romanticismo. Y, como ya te dije el 14 de abril, me está encantando la pintura de ese siglo, por lo que empezaré a buscar la argolla, no el día 20 sino el 22, jejeje.
Y estando en mis salas, una joven de unos dieciséis años se sentó en mi silla.
Bueno, tengo que especificar que esas sillas las pone el Museo para que nos sentemos los vigilantes cuando estemos cansados y haya poca gente en las salas, pero que no "son nuestras". No podemos decir que no puede utilizarlas a un visitante que se siente en ellas. La verdad es que, personalmente, me gusta que me pidan permiso, cosa que siempre les daré, lógicamente, pero reconozco que es por un tema de egocentrismo por mi parte, pues, como no son en exclusividad del vigilante, no tienen por qué pedirlo. Pero, lo reconozco, me gusta que me lo pidan.
A lo que iba... una joven de unos dieciséis años se sentó en la silla y se descalzó de un pie. Después de un rato con el pie encima de la zapatilla de deporte, se puso de pie y empezó a andar con el pie descalzo...
-Perdone, pero no puede andar descalza por el Museo.
-Ah, no lo sabía.
Vale, no es una norma publicada en la entrada del Museo, pero sí en la página web. Es más, aunque no fuese una norma escrita, es una norma de urbanidad. Pero, en fin, es pura lógica. Es por un motivo muy sencillo... por higiene. Por higiene hacia uno mismo, pues el suelo, por mucho que se friegue todos los días, en el trascurso del día se va ensuciando, lógicamente, y seguro que se le quedaría el pie negro.
Al final la joven se fue con la zapatilla puesta como si fuese una chancla. Es que se le había hecho una ampolla en la parte de atrás del pie y encima se la había reventado.
Y esto me recuerda otra anécdota de hace un año... no recuerdo en qué sala me encontraba, pero una compañera me llamó desde su sala y me dijo...
-Fíjate en ese chico. ¿Va descalzo?
Miré al joven, de unos veinte años, que llevaba... no sé muy bien qué llevaba. Para mí que eran unos calcetines con el diseño de unas zapatillas de deporte. Pero a lo mejor eran unas zapatillas muy finas, tan finas que parecían calcetines. La verdad es que el chico se marchó de mis salas unos cinco minutos después y no supe si iba descalzo, bueno, con calcetines o con zapatillas.
Reconozco que no sé si durante el tiempo que estuvo ese chico en mis salas los demás visitantes hicieron muchas fotos a los cuadros o no, si tocaron los cuadros o no,... me pasé todo el tiempo analizando, con disimulo, claro, desde todos los ángulos posibles, si iba calzado o no.
¡Bueno! Las salas que me han tocado este mes me gustan, sobre todo porque tiene varios cuadros de Pintura de historia, que como te dije el 14 de abril, me encanta esa época y esa temática.
Y el cuadro que te quiero comentar hoy, querido Diario, es Doña Isabel la Católica dictando su testamento, que pintó Eduardo Rosales Gallinas en el año 1864.
Este cuadro se presentó en la Exposición Nacional de 1864, donde fue premiado con una primera medalla. Este galardón supuso el reconocimiento de Rosales en los círculos artísticos oficiales y una verdadera convulsión para los pintores españoles de su generación.
Según dicen los expertos, "es un obra cumbre de la pintura de historia del siglo XIX que marcaría la decisiva transformación de este género en España. A partir de esta obra, la mayoría de los grandes pintores españoles decimonónicos volvieron los ojos hacia el realismo atmosférico del mundo velazqueño, de paleta reducida y certera, que marcaría de manera especialmente fundamental a los compañeros de generación de Rosales que vivían junto a él en Roma". Es que Rosales copió e hizo suyo el estilo de pintar de Velázquez.
Este cuadro representa un hecho histórico muy importante que sucedió el 12 de octubre de 1504... estamos en el Castillo de la Mota, en la villa de Medina del Campo, de la provincia de Valladolid. La reina Isabel está tendida en su lecho, que está cubierto con un dosel con un escudo de las armas de Castilla.
La reina tiene la cabeza recostada sobre dos grandes almohadones y está tocada con su característico velo, que lo tiene sujeto al pecho por un broche con la venera y cruz de Santiago.
Junto a la cama está el escribano Gaspar de Gricio que, sentado ante su pupitre, escribe la última voluntad de la reina, que se lo dicta a la vez que le señala con el dedo índice de la mano derecha.
A la derecha de la reina, junto a ella, dando la espalda a un oratorio que está iluminado por una lápara de aceite, está sentado el rey Fernando de Aragón, abatido, con rostro compungido, mirada perdida y pensamiento absorto, abandonado el peso de sus brazos sobre el sillón y apoyando los pies en un almohadón de terciopelo.
Junto a rey, de pie, está su hija Juana con las manos enlazadas y la mirada baja.
Y a los pies de la cama están varios miembros de la Corte de la Reina. En este grupo está el cardenal Cisneros, vestido de azul...
La verdad, desde que vi por primera vez este cuadro no dejo de imaginar en qué estaba pensando el pintor para colorear las ropas del cardenal Cisneros de azul.
Me explico... de siempre se ha sabido que Cisneros nunca quiso ser cardenal y, mucho menos, vestir como tal. Fue el papa Alejandro VI el que tuvo que firmar una carta ordenando al cardenal Cisneros vivir con arreglo a su rango. Por ese mandato papal, Cisneros siempre vestía con el hábito franciscano, que era marrón, y encima llevaba las ropas cardenalicias. Por eso, aunque la sotana de cardenal llegaba hasta los tobillos y por tanto no se le veía las ropas franciscanas, siempre se le ha representado con el hábito marrón y encima la muceta de cardenal, roja, sin la sotana púrpura.
¡Ah! La muceta es una prenda corta, una especie de capa, que llega hasta los codos y con botones en la parte de delante.
Pero, bueno, a lo mejor Rosales era daltónico, jejeje.
Y si el color azul del cardenal Cisneros siempre me ha rayado, lo de cara de Juana... ni te cuento.
¿Por qué la pintó con la cara gris, excepto una "mancha" de color carne en la mejilla? ¡¡¡Misterios sin resolver!!!
Y volviendo al cuadro, a la sombra de la habitación, detrás del dosel, están los Marqueses de Moya, fieles servidores de la soberana moribunda.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía del cuadro Doña Isabel la Católica dictando su testamento - 1864 -, de Eduardo Rosales Gallinas, que se puede contemplar en la sala 61B).
Reconozco que hace mucho tiempo que no te escribo, pero es que he decidido desintoxicarme un poco del Museo... es que las mañanas me las paso estudiando temas del Museo, por la tarde trabajando en el Museo y por la noche escribiéndote cosas del Museo. Y encima, como lectura antes de dormir, me he leído la obra de teatro "Las Meninas" de Antonio Buero Vallejo y ahora me estoy leyendo la novela-obra de teatro "Velázquez y Rubens, conversación en El Escorial" de Santiago Miralles Huete. Así, sin más, sin anestesia ni nada...
Me han dicho que, por lo visto, también hay vida aparte del Museo.
¿Y que por qué estudio cosas del Museo? Es verdad, querido Diario, que nunca te he explicado el porqué de tu existencia. Pues te cuento...
Empecé a escribirte porque leí una novela que transcurría en el Museo del Prado y, verdaderamente, no dejaba en muy buen lugar a los vigilantes. Empezaba diciendo que estaban sentados en las sillas, leyendo el periódico. Luego que protestaban porque los visitantes les molestaban en sus lecturas. Y remataba diciendo que abandonaban las salas durante horas y que por eso podían tocar las obras de arte, en especial el Tríptico del jardín de las delicias.
Por eso empecé a escribirte, querido Diario, para demostrar que los vigilantes de sala del Museo del Prado no somos ni actuamos así, entre otras cosas porque no solemos estar sentados todo el tiempo, a veces sí, pero solo cuando estamos cansados y hay poca gente en las salas; tampoco leemos el periódico, porque tenemos prohibido leer cualquier cosa, incluso el WhatsApp... bueno, tenemos prohibido leer cualquier cosa, lo que se dice cualquier cosa, no... las cartelas de los cuadros, sí nos dejan, jejeje; y, lógicamente, no abandonamos las salas durante horas.. bueno, ni durante segundos. Es cierto que como tenemos encomendada la vigilancia de varias salas a la vez, si estás en una no estás en las demás, lógico, pero siempre estamos vigilando todas nuestras salas.
Bueno, que me enrollo y no te he explicado porqué estudio cosas del Museo... y es porque no tengo plaza fija en el Museo. Soy vigilante de sala de los que llaman "de bolsa". En mi caso, soy interino, pero "de bolsa", sin plaza fija. Y ahora han sacado 28 plazas y, lógicamente estoy estudiando para conseguir una.
Y esto es una aliciente más para seguir escribiéndote, querido Diario, porque como una parte del temario es la "Historia del Museo Nacional del Prado y sus colecciones", así, sin más, aprenderte 27.000 obras que tiene el Museo, pues al escribírtelas y explicártelas, las estudio antes y así me las aprendo.
Y ahí estamos, estudiando "cosas del Museo".
En fin, después de dos semanas de descanso psicológico, he decidido volver a mis andadas de escribirte.
Y empiezo a escribirte diciendo que estos días he conocido en el Museo a un "cotilla" que te lee a hurtadillas... y que no es ninguno de mis compañeros, claro. Es el segundo cotilla que se me ha presentado. Hace un mes, más o menos, se me presentó otro. Y no sabes, querido Diario, la alegría que me da conocerlos. Y este es otro motivo para seguir escribiéndote, después de este tiempo de relax necesario.
En fin, empezando mi relato te diré, querido Diario, que este mes me ha tocado otra vez salas fijas. Siempre empiezas con muchas ganas, pero a partir del día 20 ya estás buscando una argolla para ahorcarte en la sala. Es que un mes entero en unas mismas sala, pesa. Pero, bueno, no me puedo quejar, que tengo trabajo... y me gusta. Desgraciadamente mucha gente no tiene trabajo o lo tienen, pero no les llena. En mi caso tengo que dar gracias a Dios por tenerlo y gustarme.
Pues este mes me tocan las salas 61B-63B, que son sobre pintura española del siglo XIX... Eduardo Rosales, José Casado de Alisal, Federico de Madrazo y el Romanticismo. Y, como ya te dije el 14 de abril, me está encantando la pintura de ese siglo, por lo que empezaré a buscar la argolla, no el día 20 sino el 22, jejeje.
Y estando en mis salas, una joven de unos dieciséis años se sentó en mi silla.
Bueno, tengo que especificar que esas sillas las pone el Museo para que nos sentemos los vigilantes cuando estemos cansados y haya poca gente en las salas, pero que no "son nuestras". No podemos decir que no puede utilizarlas a un visitante que se siente en ellas. La verdad es que, personalmente, me gusta que me pidan permiso, cosa que siempre les daré, lógicamente, pero reconozco que es por un tema de egocentrismo por mi parte, pues, como no son en exclusividad del vigilante, no tienen por qué pedirlo. Pero, lo reconozco, me gusta que me lo pidan.
A lo que iba... una joven de unos dieciséis años se sentó en la silla y se descalzó de un pie. Después de un rato con el pie encima de la zapatilla de deporte, se puso de pie y empezó a andar con el pie descalzo...
-Perdone, pero no puede andar descalza por el Museo.
-Ah, no lo sabía.
Vale, no es una norma publicada en la entrada del Museo, pero sí en la página web. Es más, aunque no fuese una norma escrita, es una norma de urbanidad. Pero, en fin, es pura lógica. Es por un motivo muy sencillo... por higiene. Por higiene hacia uno mismo, pues el suelo, por mucho que se friegue todos los días, en el trascurso del día se va ensuciando, lógicamente, y seguro que se le quedaría el pie negro.
Al final la joven se fue con la zapatilla puesta como si fuese una chancla. Es que se le había hecho una ampolla en la parte de atrás del pie y encima se la había reventado.
Y esto me recuerda otra anécdota de hace un año... no recuerdo en qué sala me encontraba, pero una compañera me llamó desde su sala y me dijo...
-Fíjate en ese chico. ¿Va descalzo?
Miré al joven, de unos veinte años, que llevaba... no sé muy bien qué llevaba. Para mí que eran unos calcetines con el diseño de unas zapatillas de deporte. Pero a lo mejor eran unas zapatillas muy finas, tan finas que parecían calcetines. La verdad es que el chico se marchó de mis salas unos cinco minutos después y no supe si iba descalzo, bueno, con calcetines o con zapatillas.
Reconozco que no sé si durante el tiempo que estuvo ese chico en mis salas los demás visitantes hicieron muchas fotos a los cuadros o no, si tocaron los cuadros o no,... me pasé todo el tiempo analizando, con disimulo, claro, desde todos los ángulos posibles, si iba calzado o no.
¡Bueno! Las salas que me han tocado este mes me gustan, sobre todo porque tiene varios cuadros de Pintura de historia, que como te dije el 14 de abril, me encanta esa época y esa temática.
Y el cuadro que te quiero comentar hoy, querido Diario, es Doña Isabel la Católica dictando su testamento, que pintó Eduardo Rosales Gallinas en el año 1864.
Este cuadro se presentó en la Exposición Nacional de 1864, donde fue premiado con una primera medalla. Este galardón supuso el reconocimiento de Rosales en los círculos artísticos oficiales y una verdadera convulsión para los pintores españoles de su generación.
Según dicen los expertos, "es un obra cumbre de la pintura de historia del siglo XIX que marcaría la decisiva transformación de este género en España. A partir de esta obra, la mayoría de los grandes pintores españoles decimonónicos volvieron los ojos hacia el realismo atmosférico del mundo velazqueño, de paleta reducida y certera, que marcaría de manera especialmente fundamental a los compañeros de generación de Rosales que vivían junto a él en Roma". Es que Rosales copió e hizo suyo el estilo de pintar de Velázquez.
Este cuadro representa un hecho histórico muy importante que sucedió el 12 de octubre de 1504... estamos en el Castillo de la Mota, en la villa de Medina del Campo, de la provincia de Valladolid. La reina Isabel está tendida en su lecho, que está cubierto con un dosel con un escudo de las armas de Castilla.
La reina tiene la cabeza recostada sobre dos grandes almohadones y está tocada con su característico velo, que lo tiene sujeto al pecho por un broche con la venera y cruz de Santiago.
Junto a la cama está el escribano Gaspar de Gricio que, sentado ante su pupitre, escribe la última voluntad de la reina, que se lo dicta a la vez que le señala con el dedo índice de la mano derecha.
A la derecha de la reina, junto a ella, dando la espalda a un oratorio que está iluminado por una lápara de aceite, está sentado el rey Fernando de Aragón, abatido, con rostro compungido, mirada perdida y pensamiento absorto, abandonado el peso de sus brazos sobre el sillón y apoyando los pies en un almohadón de terciopelo.
Junto a rey, de pie, está su hija Juana con las manos enlazadas y la mirada baja.
Y a los pies de la cama están varios miembros de la Corte de la Reina. En este grupo está el cardenal Cisneros, vestido de azul...
La verdad, desde que vi por primera vez este cuadro no dejo de imaginar en qué estaba pensando el pintor para colorear las ropas del cardenal Cisneros de azul.
Me explico... de siempre se ha sabido que Cisneros nunca quiso ser cardenal y, mucho menos, vestir como tal. Fue el papa Alejandro VI el que tuvo que firmar una carta ordenando al cardenal Cisneros vivir con arreglo a su rango. Por ese mandato papal, Cisneros siempre vestía con el hábito franciscano, que era marrón, y encima llevaba las ropas cardenalicias. Por eso, aunque la sotana de cardenal llegaba hasta los tobillos y por tanto no se le veía las ropas franciscanas, siempre se le ha representado con el hábito marrón y encima la muceta de cardenal, roja, sin la sotana púrpura.
¡Ah! La muceta es una prenda corta, una especie de capa, que llega hasta los codos y con botones en la parte de delante.
Pero, bueno, a lo mejor Rosales era daltónico, jejeje.
Y si el color azul del cardenal Cisneros siempre me ha rayado, lo de cara de Juana... ni te cuento.
¿Por qué la pintó con la cara gris, excepto una "mancha" de color carne en la mejilla? ¡¡¡Misterios sin resolver!!!
Y volviendo al cuadro, a la sombra de la habitación, detrás del dosel, están los Marqueses de Moya, fieles servidores de la soberana moribunda.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía del cuadro Doña Isabel la Católica dictando su testamento - 1864 -, de Eduardo Rosales Gallinas, que se puede contemplar en la sala 61B).
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