domingo, 6 de mayo de 2018

Querido Diario, 6 de mayo de 2018

Querido Diario:

Reconozco que hace mucho tiempo que no te escribo, pero es que he decidido desintoxicarme un poco del Museo... es que las mañanas me las paso estudiando temas del Museo, por la tarde trabajando en el Museo y por la noche escribiéndote cosas del Museo. Y encima, como lectura antes de dormir, me he leído la obra de teatro "Las Meninas" de Antonio Buero Vallejo y ahora me estoy leyendo la novela-obra de teatro "Velázquez y Rubens, conversación en El Escorial" de Santiago Miralles Huete. Así, sin más, sin anestesia ni nada...

Me han dicho que, por lo visto, también hay vida aparte del Museo.

¿Y que por qué estudio cosas del Museo? Es verdad, querido Diario, que nunca te he explicado el porqué de tu existencia. Pues te cuento...

Empecé a escribirte porque leí una novela que transcurría en el Museo del Prado y, verdaderamente, no dejaba en muy buen lugar a los vigilantes. Empezaba diciendo que estaban sentados en las sillas, leyendo el periódico. Luego que protestaban porque los visitantes les molestaban en sus lecturas. Y remataba diciendo que abandonaban las salas durante horas y que por eso podían tocar las obras de arte, en especial el Tríptico del jardín de las delicias.

Por eso empecé a escribirte, querido Diario, para demostrar que los vigilantes de sala del Museo del Prado no somos ni actuamos así, entre otras cosas porque no solemos estar sentados todo el tiempo, a veces sí, pero solo cuando estamos cansados y hay poca gente en las salas; tampoco leemos el periódico, porque tenemos prohibido leer cualquier cosa, incluso el WhatsApp... bueno, tenemos prohibido leer cualquier cosa, lo que se dice cualquier cosa, no... las cartelas de los cuadros, sí nos dejan, jejeje; y, lógicamente, no abandonamos las salas durante horas.. bueno, ni durante segundos. Es cierto que como tenemos encomendada la vigilancia de varias salas a la vez, si estás en una no estás en las demás, lógico, pero siempre estamos vigilando todas nuestras salas.

Bueno, que me enrollo y no te he explicado porqué estudio cosas del Museo... y es porque no tengo plaza fija en el Museo. Soy vigilante de sala de los que llaman "de bolsa". En mi caso, soy interino, pero "de bolsa", sin plaza fija. Y ahora han sacado 28 plazas y, lógicamente estoy estudiando para conseguir una.

Y esto es una aliciente más para seguir escribiéndote, querido Diario, porque como una parte del temario es la "Historia del Museo Nacional del Prado y sus colecciones", así, sin más, aprenderte 27.000 obras que tiene el Museo, pues al escribírtelas y explicártelas, las estudio antes y así me las aprendo.

Y ahí estamos, estudiando "cosas del Museo".

En fin, después de dos semanas de descanso psicológico, he decidido volver a mis andadas de escribirte.

Y empiezo a escribirte diciendo que estos días he conocido en el Museo a un "cotilla" que te lee a hurtadillas... y que no es ninguno de mis compañeros, claro. Es el segundo cotilla que se me ha presentado. Hace un mes, más o menos, se me presentó otro. Y no sabes, querido Diario, la alegría que me da conocerlos. Y este es otro motivo para seguir escribiéndote, después de este tiempo de relax necesario.

En fin, empezando mi relato te diré, querido Diario, que este mes me ha tocado otra vez salas fijas. Siempre empiezas con muchas ganas, pero a partir del día 20 ya estás buscando una argolla para ahorcarte en la sala. Es que un mes entero en unas mismas sala, pesa. Pero, bueno, no me puedo quejar, que tengo trabajo... y me gusta. Desgraciadamente mucha gente no tiene trabajo o lo tienen, pero no les llena. En mi caso tengo que dar gracias a Dios por tenerlo y gustarme.

Pues este mes me tocan las salas 61B-63B, que son sobre pintura española del siglo XIX... Eduardo Rosales, José Casado de Alisal, Federico de Madrazo y el Romanticismo. Y, como ya te dije el 14 de abril, me está encantando la pintura de ese siglo, por lo que empezaré a buscar la argolla, no el día 20 sino el 22, jejeje.

Y estando en mis salas, una joven de unos dieciséis años se sentó en mi silla.

Bueno, tengo que especificar que esas sillas las pone el Museo para que nos sentemos los vigilantes cuando estemos cansados y haya poca gente en las salas, pero que no "son nuestras". No podemos decir que no puede utilizarlas a un visitante que se siente en ellas. La verdad es que, personalmente, me gusta que me pidan permiso, cosa que siempre les daré, lógicamente, pero reconozco que es por un tema de egocentrismo por mi parte, pues, como no son en exclusividad del vigilante, no tienen por qué pedirlo. Pero, lo reconozco, me gusta que me lo pidan.

A lo que iba... una joven de unos dieciséis años se sentó en la silla y se descalzó de un pie. Después de un rato con el pie encima de la zapatilla de deporte, se puso de pie y empezó a andar con el pie descalzo...

-Perdone, pero no puede andar descalza por el Museo.

-Ah, no lo sabía.

Vale, no es una norma publicada en la entrada del Museo, pero sí en la página web. Es más, aunque no fuese una norma escrita, es una norma de urbanidad. Pero, en fin, es pura lógica. Es por un motivo muy sencillo... por higiene. Por higiene hacia uno mismo, pues el suelo, por mucho que se friegue todos los días, en el trascurso del día se va ensuciando, lógicamente, y seguro que se le quedaría el pie negro.

Al final la joven se fue con la zapatilla puesta como si fuese una chancla. Es que se le había hecho una ampolla en la parte de atrás del pie y encima se la había reventado.

Y esto me recuerda otra anécdota de hace un año... no recuerdo en qué sala me encontraba, pero una compañera me llamó desde su sala y me dijo...

-Fíjate en ese chico. ¿Va descalzo?

Miré al joven, de unos veinte años, que llevaba... no sé muy bien qué llevaba. Para mí que eran unos calcetines con el diseño de unas zapatillas de deporte. Pero a lo mejor eran unas zapatillas muy finas, tan finas que parecían calcetines. La verdad es que el chico se marchó de mis salas unos cinco minutos después y no supe si iba descalzo, bueno, con calcetines o con zapatillas.

Reconozco que no sé si durante el tiempo que estuvo ese chico en mis salas los demás visitantes hicieron muchas fotos a los cuadros o no, si tocaron los cuadros o no,... me pasé todo el tiempo analizando, con disimulo, claro, desde todos los ángulos posibles, si iba calzado o no.

¡Bueno! Las salas que me han tocado este mes me gustan, sobre todo porque tiene varios cuadros de Pintura de historia, que como te dije el 14 de abril, me encanta esa época y esa temática.

Y el cuadro que te quiero comentar hoy, querido Diario, es Doña Isabel la Católica dictando su testamento, que pintó Eduardo Rosales Gallinas en el año 1864.

Este cuadro se presentó en la Exposición Nacional de 1864, donde fue premiado con una primera medalla. Este galardón supuso el reconocimiento de Rosales en los círculos artísticos oficiales y una verdadera convulsión para los pintores españoles de su generación.

Según dicen los expertos, "es un obra cumbre de la pintura de historia del siglo XIX que marcaría la decisiva transformación de este género en España. A partir de esta obra, la mayoría de los grandes pintores españoles decimonónicos volvieron los ojos hacia el realismo atmosférico del mundo velazqueño, de paleta reducida y certera, que marcaría de manera especialmente fundamental a los compañeros de generación de Rosales que vivían junto a él en Roma". Es que Rosales copió e hizo suyo el estilo de pintar de Velázquez.

Este cuadro representa un hecho histórico muy importante que sucedió el 12 de octubre de 1504... estamos en el Castillo de la Mota, en la villa de Medina del Campo, de la provincia de Valladolid. La reina Isabel está tendida en su lecho, que está cubierto con un dosel con un escudo de las armas de Castilla.

La reina tiene la cabeza recostada sobre dos grandes almohadones y está tocada con su característico velo, que lo tiene sujeto al pecho por un broche con la venera y cruz de Santiago.

Junto a la cama está el escribano Gaspar de Gricio que, sentado ante su pupitre, escribe la última voluntad de la reina, que se lo dicta a la vez que le señala con el dedo índice de la mano derecha.

A la derecha de la reina, junto a ella, dando la espalda a un oratorio que está iluminado por una lápara de aceite, está sentado el rey Fernando de Aragón, abatido, con rostro compungido, mirada perdida y pensamiento absorto, abandonado el peso de sus brazos sobre el sillón y apoyando los pies en un almohadón de terciopelo.

Junto a rey, de pie, está su hija Juana con las manos enlazadas y la mirada baja.

Y a los pies de la cama están varios miembros de la Corte de la Reina. En este grupo está el cardenal Cisneros, vestido de azul...

La verdad, desde que vi por primera vez este cuadro no dejo de imaginar en qué estaba pensando el pintor para colorear las ropas del cardenal Cisneros de azul.

Me explico... de siempre se ha sabido que Cisneros nunca quiso ser cardenal y, mucho menos, vestir como tal. Fue el papa Alejandro VI el que tuvo que firmar una carta ordenando al cardenal Cisneros vivir con arreglo a su rango. Por ese mandato papal, Cisneros siempre vestía con el hábito franciscano, que era marrón, y encima llevaba las ropas cardenalicias. Por eso, aunque la sotana de cardenal llegaba hasta los tobillos y por tanto no se le veía las ropas franciscanas, siempre se le ha representado con el hábito marrón y encima la muceta de cardenal, roja, sin la sotana púrpura.

¡Ah! La muceta es una prenda corta, una especie de capa, que llega hasta los codos y con botones en la parte de delante.

Pero, bueno, a lo mejor Rosales era daltónico, jejeje.

Y si el color azul del cardenal Cisneros siempre me ha rayado, lo de cara de Juana... ni te cuento.

¿Por qué la pintó con la cara gris, excepto una "mancha" de color carne en la mejilla? ¡¡¡Misterios sin resolver!!!

Y volviendo al cuadro, a la sombra de la habitación, detrás del dosel, están los Marqueses de Moya, fieles servidores de la soberana moribunda.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro Doña Isabel la Católica dictando su testamento - 1864 -, de Eduardo Rosales Gallinas, que se puede contemplar en la sala 61B).

4 comentarios:

  1. Precioso cuadro, muy edulcorado y poco realista... pero era el romanticismo!!!!!!
    comentarte que parece ser que la causa del fallecimiento de Isabel la catolica fue a consecuencia de un cancer de útero (para posibles cotilleos!!!).
    No sabia que se podia pasar a saludarte!!!!
    suerte en la Oposicion!!!
    Un saludo

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  2. No sé si está edulcorado y si es poco realista, Guad-al-ayara, pero, ¿por qué no podría ser así, más o menos?
    Ah, gracias por tu información de lo del cáncer de útero. No lo sabía.
    Y claro que puedes ir y saludarme. El problema es encontrarme, jejeje, que no todos mis compañeros saben de la existencia de este Diario.
    A ver si nos venos un día de estos.
    Un saludo.

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