martes, 21 de noviembre de 2017

Querido Diario, 21 de noviembre de 2017

Querido Diario:

Ayer me pasó una cosa que no sé cómo calificarla. Te cuento.

Eran, más o menos, las seis menos diez de la tarde y no había nadie en mis salas. Eso no es lo extraño, pues a las seis empieza el horario gratuito y la gente suele esperar estoicamente, muerta de frío, en la fila, en la calle, para entrar en ese horario... cosa respetable, cómo no.

Pues yo estaba en mis salas, pensando qué contarte, querido Diario, porque no había pasado nada interesante todavía, cuando, por fin, entró un señor de mi edad, o algo más mayor, diría ahora, trajeado, con corbata y pañuelo en el bolsillo del pecho haciendo juego. Eso tampoco es extraño, porque por el Museo pasan toda clase de gente, y mucha muy elegante. Pero este buen hombre tenía un defectillo... y es que, no sé por qué motivo, al andar daba golpes con el tacón en el suelo.

Llevaba unos zapatos que mi madre diría de "chúpame la punta", esos, para mi gusto feísimos, que tienen la punta como afilada, que si te da una patada, en vez de romperte un hueso, se te queda clavado el zapato en la pierna. Encima los tacones, que eran los importantes en esta historia, no debían llevar tapas y andaba con la madera.

Pero el golpe de tacón era doble. Al adelantar el pie, daba un taconazo y cuando llegaba delante, al bajar la pierna, daba otro. Tacatá, tacata,... andado despacito, pero dando con ganas en el suelo, con muuuuchas ganas. Encima, algunas salas del museo tienen mucha resonancia y se escuchaba a distancia. Y lo peor era que cuando estaba quieto, observando los cuadros, en vez de estarse quieto, chocaba los tacones entre ellos, como un saludo militar, pero no una vez, sino de continuo.

La verdad era que, como estábamos solos, no le dije nada. Pero si hubiese gente le hubiera tenido que decir que anduviese con más cuidado.

La cuestión era el por qué lo hacía. En un principio pensé que era un tic nervioso, pero no podía ser eso porque se le notaba que lo hacía aposta... Pero es que estábamos solos.  ¿Para qué golpear los tocones entonces? No lo entendía y sigo sin entenderlo. Supongo que sería para llamar la atención, pero, ¿de quién, si estábamos solos? ¡¡¡YA!!! Ahora caigo, a lo mejor quería ligar conmigo, quién sabe, por qué no, con lo guapetón que soy. A lo mejor se enamoró de mí a primera vista... Pues lo tenía claro, no era mi tipo. Me gustan con menos pelo en la cara, jejeje.

Debe ser eso, porque le estaba observando todo el rato y se pensaría que me había quedado prendado de su encanto natural y sonoro.

Es más, cuando se marchaba, se dio media vuelta, sacó el móvil y se puso en posición de hacer una fotografía al cuadro de enfrente de la salida y mirándome a mí y no a la cámara, se fue marchando hacia atrás. Pero cuando me asomé para decirle que no se podía hacer fotografías, le vi que se iba a otra sala... sin hacer ruido con los tacones.

Por más que me quiera poner en su lugar, no entiendo el por qué de esa forma de llamar la atención. Algo se me escapa y no sé qué es.

Pero, eso sí, iba muy elegante, menos por sus zapatos chúpame la punta y sus sonidos.

Y una vez que se fue, pensando de qué cuadro hablarte, querido Diario, a raíz de este buen hombre, de este curioso hombre, de este enamorado hombre, se me fue la vista a un cuadro que servía cuando, de repente, apareció otro hombre encorbatado.

Y se me fue la vista, como no, al calzado... iba con una chaqueta de color azulón plateado brillante, camisa blanca normal, pantalón vaquero de pitillo negro... y zapatillas de deporte, eso sí, Nike, de color naranja fosforito... que hacían juego con su corbata, también naranja fosforita.

"Todo elegancia"... oh, lástima que escribiendo no se note el sarcasmo.

Bueno, querido Diario, como quise hablarte de un cuadro con un personaje elegante, qué mejor que el Retrato de un caballero santiaguista, pintado por Juan de Juanes hacia el 1560.

La identificación del retratado ha ido variando. Podría ser Luis Castelví, señor de Carlet, o Luis Castellá de Vilanova, señor de Bicorp y Quesa, humanista valenciano al que el escritor hispano portugués, Jorge de Montemayor, dedicó una novela pastoril Los siete libros de Diana, o quién sabe. Aunque en la actualidad no hay un acuerdo unánime, sea quien sea este caballero santiaguista, hay que reconocer que era muy elegante... igual que mis visitantes, jejeje.

Y lo mejor del cuadro es el trabajo que tuvo Juan de Juanes. Qué detalles más minuciosos tiene... los adornos de la chaqueta, o como se llamase en aquella época esa prenda, los detalles de las mangas, la joya con la cruz de la Orden de Santiago, el mango del cuchillo o espada, no sé bien qué puede ser,... pero lo que más me llama la atención es el anillo. Ayer me tuve que acercar, con cuidado, claro, para ver que no estaba en relieve, que no era real sino una pintura. Y qué pintura más bien elaborada.

Olé por Juan de Juanes.

Ahí lo dejo, querido Diario.

(Fotografía del cuadro Retrato de un caballero santiaguista - hacia 1560 - de Juan de Juanes).

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