Querido Diario:
Nunca me había pasado, pero hoy me han hecho unas preguntas de lo más raras. Primero te tengo que decir que nuestro trabajo es, ante todo, velar por la seguridad de las obras de arte expuestas en las salas a nuestro cargo. Y también el de orientar y facilitar al visitante la información relativa a la ubicación de las obras y servicios del Museo.
En ninguna documentación del Museo pone que te puedas enrollar a hablar con un visitante contándole tu vida. Es lógico, porque mientras entablas una conversación, te pueden hacer cualquier tropelía en alguna obra de arte.
Pero hoy, estando en mis salas vigilando, se me ha acercado una mujer de unos 30 o 35 años...
-¿Usted trabaja en el Museo?
-Sí.
La verdad es que no se nota "ná" que soy un vigilante... traje con corbata, tarjeta identificativa en la solapa de la chaqueta, pinganillo en el oído, walkie en la cintura,... Pero, bueno, a lo mejor no soy un trabajador del Museo sino uno "de la secreta".
-¿Le puedo hacer una pregunta?
-Sí, claro.
-¿Me puede decir qué obra del Museo le gusta más?
-Uhm...
Claro, yo pensando que me iba a preguntar sobre una obra. Y, sí, me ha preguntado por una obra... pero la que más me gusta a mí.
-¿O no me lo puede decir?
-Sí, sí, sin ningún problema. A mí me gustan las pinturas de Maíno.
Yo intentando contestar lo más rápido y escueto posible para no perder tiempo y seguir vigilando...
-¿Y por qué?
-Uhm... por su colorido y por su detalle minucioso en la pincelada.
-No le entiendo.
Ni hace falta que me entienda, buena señora. Yo solo le contesto para que se marche y me deje trabajar lo antes posible, que hablar con usted sobre mis gustos no es mi cometido. Claro, esto no se lo digo, sino que lo pienso. Soy así de borde, mentalmente hablando.
-Velázquez, Goya, el Greco,... tienen una pincelada más suelta. Y Maíno es más meticuloso.
-¿Y cómo me ha dicho que se llamaba?
Me he imaginado que se refería al pintor, y no a mí.
-Juan Bautista Maíno.
Y yo más de los nervios...
-¿Y en qué sala está?
-En la 7A.
-Voy a verlo. Gracias.
-¡¡¡Adios!!!
No sé si me ha notado que estaba poniéndome nervioso, pero lo estaba por dentro. Que me perdone la visitante si en algún momento he estado seco. Pero, te repito, querido Diario, que no estamos para eso. Que a veces nos gustaría hablar con la gente porque estamos aburridos, no lo niego. Pero no debemos entablar una conversación con los visitantes.
Y hablando de aburrimiento, hoy, excepto por este episodio, ha sido un día muy tranquilo.
En las salas que me han tocado este mes no suelen venir grupos guiados porque no hay obras de las consideradas importantes, sabiendo que todas los son, claro. Algún que otro grupo de estudiantes me aparecen de vez en cuando. Pocos, pero vienen.
Y, curiosamente, hoy me han venido dos grupos, dos, de orientales. Creo que eran coreanos, pero no te lo puedo asegurar porque todavía no los distingo bien. Pero estoy en ello.
A lo que iba, que me enrollo... que han ido a mis salas dos grupos de orientales y los dos han hecho el mismo recorrido. Primero se han parado a explicar el cuadro Fernando VII en un campamento, pintado por Goya después del año 1815, que es el único cuadro de este pintor que tengo en mis salas. Y luego se han ido al retrato de El pintor Francisco de Goya, realizado por Vicente López Portaña en 1826.
Y es que Goya hizo un viaje a Madrid desde su exilio en Burdeos en el año 1826, para arreglar el tema de su pensión como Pintor de Cámara. Y aprovechando ese viaje, su amigo el gran retratista de la corte de Fernando VII, Vicente López, pintó este retrato destinado a ser expuesto en el Real Museo de Pinturas y Esculturas, como homenaje y reconocimiento a su figura.
¡Ah! Que se me olvidaba que te tengo que explicar todo, querido Diario... el Real Museo de Pinturas y Esculturas fue el primer nombre que tuvo el actual Museo Nacional del Prado.
Goya, cuando posó ante López sentado en una butaca, con las piernas cruzadas, vestido con levita y pantalón gris verdoso, chaleco a rayas y corbata de chorreras, tenía nada más ni nada menos que ochenta años.
Se le ve sujetando la paleta con la mano izquierda y con la derecha, el pincel. Y sobre el lienzo que está delante del pintor, se lee una dedicatoria...
"Lopez a su Amigo Goya".
¿Te cuento un secreto, querido Diario? Cuenta la leyenda, que no sé si es cierta o no, que fue el propio Goya el que le pidió a su amigo López que dejara la obra inconclusa, para dar mayor vitalidad al retrato y más frescura y jugosidad a los detalles.
Como te he dicho, no sé si es cierta o no esta leyenda. Pero lo que sí se es que esta obra es la que le ha dado fama a Vicente López, aunque, desgraciadamente, más por el retratado que por la indiscutible excelencia de su calidad pictórica. Si te fijas bien, querido Diario, la cara de Goya está minuciosamente trabajada, en comparación con la ropa, sobre todo la camisa y el chaleco, que tiene las trazas más sueltas, aunque no por ello deja de ser magistral.
Y hay que reconocer que como retratista, desde mi humilde punto de vista, Vicente López no tuvo rival.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía del cuadro El pintor Francisco de Goya - 1826 -, de Vicente López Portaña, que se puede contemplar en la sala 75).
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