Querido Diario:
Hoy me han tocado dos veces el culo... bueno, a mí no, sino a Marte, el dios Marte del conjunto escultórico Venus y Marte, que se esculpió entre los años 1820 y 1830 por alguien del círculo de Antonio Canova.
Es que, tiene un culo tan respingón, tan prominente. El de Venus es muy normalucho, pero del de Marte... que te dan ganas de darle un cachete. ¡¡¡No!!! Un cachetón.
Pero, eso... ¡¡¡No!!! No se pueden tocar las esculturas. Una cosa son las bromas, y otra cosa es la lógica y la realidad.
Y es que hay cosas que no entiendo... la normativa lógica de cualquier museo, sea el que sea, dice que durante la visita, no está permitido tocar las obras de arte. ¿Tan complicado es de entender, querido Diario? No me vale que me digan...
-Es que no lo sabía.
A ver, no se dice porque se supone que se sabe. Es más, lo normal es que, si se puede tocar, pongan carteles permitiéndolo. De lo contrario, si no hay carteles, es porque no se permite tocar las obras de arte.
Es más, nunca he entendido por qué en las salas del Museo específicas de esculturas nadie toca las obras expuestas, pero en mi sala, no hay escultura que no se haya tocado. Parece que tienen unos imanes que atraen las manos de los visitantes. Y el por qué de este tema se me escapa de mis pobres entendederas.
Pero, en fin, hay que reconocer que hoy Marte ha triunfado.
Y no solo le han tocado el culo una vez, sino dos. La primera ha sido una joven de unos 20 años que le ha tocado con la punta del dedo índice, pero parece como si le hubiese dado calambre, porque lo ha retirado rápidamente.
Pero la segunda vez ha sido más descarada. Una mujer más mayor, de unos 35 años, se ha recreado. Le ha tocado con toda la palma de la mano e incluso le ha apretado el carrillo, a ver si estaba blandito. Pero si es de mármol, buena señora. El culo lo tiene apretado, duro como una piedra.
Y es que hoy Marte ha triunfado.
Una chica rubia, de unos 18 años, con una mata de pelo larguísima, se ha puesto delante de la escultura a repeinarse, echándose todo el pelo a un lado, por encima del hombro derecho... con la cámara del móvil encendida. Y, blanco y en botella...
-Ésta quiere hacerse un selfie.
Yo he ido lentamente porque una fotografía a una escultura no hace daño a nadie, a ver si cuando llegase a avisarle que no se puede hacer fotografías, ya se la había hecho. Y en vez de hacerse un selfie rápidamente, se acerca a otra visitante, que por cierto no conocía, y le pide que le saque una foto al lado de la escultura. Y, claro, con esa pérdida de tiempo, he llegado y no le he dejado hacérsela. Buena moza, si hubieses sido más rápida...
Y es que hoy Marte ha triunfado.
Estaba yo bastante alejado de esa escultura cuando veo a una pareja, con un carrito de niño pequeño al lado, "dándose el lote" delante de Venus y Marte. Bueno, he pensado que esta noche irían a por el hermanito, pero que tenía que ir a decirles que, aunque el amor es muy bonito, puede que fuese el momento, pero no era el lugar más adecuado para quererse. Y mientras me voy acercando lentamente, para darles algo de tiempo e intimidad, la intimidad que les puede dar un museo, claro, veo que el carrito estaba vacío y que el niño, de unos dos añitos, estaba jugando con las cuerdas de la catenaria de separación y tomándose un biberón él solo. Al momento he salido corriendo...
-Perdonen, pero el niño no puede estar solo.
-Si no está solo.
-Bueno, vale... pero por normativa no se puede comer ni beber en las salas. Pero como es un bebé, se le permite tomar el biberón siempre que esté sentado y controlado por un adulto.
-Dame el biberón, cariño, que este señor no te deja tomarlo.
Sin pensármelo, he respirado hondo y me he dado media vuelta para no contestarle, porque seguro que me hubiesen puesto una reclamación por haberle contestado de malos modales... con muy malos modales, que era lo que se merecía la madre. Pero, bueno, intento ser profesional y no discutir... es que, aunque parezca que no, somos la imagen del Museo.
Y es que hoy Marte ha triunfado.
Porque mientras tanto, mientras pasaban tantas cosas, un dibujante se ha pasado más de dos horas y media dibujando a lápiz, en un cuaderno, a nuestros Venus y Marte. Eso se llama paciencia y amor por el arte.
En fin, esta escultura de mármol de Carrara mide 2,33 metros de altura y 1,25 metros en su parte más ancha.
Representa a Venus, la diosa del amor y de la belleza, que lleva una ligera túnica, y que, aunque estaba casada con Vulcano, ofrece su verdadero amor a su querido Marte, el dios de la guerra, que, por cierto, solo va tocado con un casco y tapado con una pequeña hoja de parra.
Como puedes intuir, querido Diario, es una alegoría en la que Venus, diosa del amor, diosa de la paz, intenta retener al dios Marte a base de sugerentes miradas y atrayéndole hacia ella, para que no se fuera a la guerra.
Esta escultura es una copia de un original de Antonio Canova, que había sido encargada por el rey de Inglaterra Jorge IV en 1815, y que se conserva en el palacio de Buckingham, en Londres, más concretamente en la llamada Escalera de Ministros en la planta baja al final del Vestíbulo de Mármol, que da acceso a los salones privados.
Lo que no sé si el culo de Marte de Buckingham tiene el mismo éxito que el de Marte de El Prado.
Y es que Marte tiene un culo tan respingón, que te dan ganas de darle un cachetón, jejeje.
¡Ah! Cambiando de tema, antes que se me olvide, querido Diario... hoy ha sido la primera vez en mi vida que he visto en el Museo del Prado a un Hare Krisna. He alucinado. Entiendo que, por qué no pueden ir, claro,... pero reconozco que me ha parecido extraño.
Ahí lo dejo, querido Diario.
(Fotografía de la escultura Venus y Marte - 1820-1830 -, del Círculo de Antonio Canova, que se puede contemplar en la sala 75).
El otro día pasé por esta sala y me quedé extasiado con el culo de Marte, sí.
ResponderEliminarLas nalgas de Marte son un prodigio de belleza, más, incluso, que las de la diosa Venus. Es comprensible que algunos visitantes tengan la tentación de tocarlas porque la piedra marmórea transciende a condición humana (o divina) y confunde la imaginación del observador de la estatua, haciéndole creer que en realidad se trata de un dios y no de una piedra inerme.
De alguna manera es aprehender con la mano la belleza efímera de la juventud, como si quisiéramos apoderarnos de ese esplendor que nos es esquivo y hacerlo nuestro, negarnos que no somos más que un granito de pus, memento mori. Pellizquito por aquí, caricia por allá nos redimimos momentáneamente de la erosión de la edad en nuestras carnes marchitas.
Además, si uno viene de contemplar el erotismo de Tiziano o de Veronés, o de Anibale Carrazzi, o de Rubens, o de Guido Reni, o de Daniele Crespi, con esa profusión de carnes desnudas, o el tema recurrente de Susana y los viejos (ellos también quieren rejuvenecerse con el gozo de la joven, aunque sea de forma espuria), llegará a la estatua del grupo de Antonio Canovas con el entendimiento turbado y caerá en la tentación de tocar lo prohibido. Como Adán y Eva, los dos pecadores celestiales salidos de los pinceles de Durero.
Señor vigilante, usted es humano y comprenderá esos desasosiegos faltones de los visitantes, ja, ja.
Ángel Aguado